Intentando hacer hueco en el armario, empetado por el afán consumista que nos han inculcado desde la cuna, decidió deshacerse de los polos más antiguos. Apartó algunos de ellos y dió con el más viejo de todos que, a pesar de los años de uso y de algún pequeño deterioro en el borde de las mangas y del cuello, seguía tan campante.
Lo extendió sobre la cama y comprobó la calidad del punto y de la tintada; apenas había perdido la intensidad del color original, así que -asombrado- lo llevó hacia donde se hallaba su mujer, y mostrándoselo, le preguntó:
- ¿Cuántos años hará que me regalaste este polo?
Y ella, con destemplada voz (tal vez porque la sacó de su abstracción) contestó:
- ¡Y yo qué sé!
- ¡Adiós María! - respondió él, llevándose la prenda de vuelta hacia la habitación.
- No entiendo porqué te enfadas - lo persiguió su eco por el largo pasillo.
- Si no me enfado - dijo él para si- pero me acuerdo de mi abuela cuando decía:
- Lo que más molesta no es que te llamen puta, sino con el retintín que te lo dicen.
Miguel Ángel G. Yanes
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