Recuerdo, con la nitidez que la memoria infantil permite, aquellos barracones, en origen almacenes plataneros de la compañía exportadora británica Fyffes, ubicados en la Avenida de los Reyes Católicos de Santa Cruz de Tenerife. Eran unas largas naves montadas sobre estructuras metálicas, con paredes de ladrillo, suelo de cemento y altos techos cubiertos por planchas de cinc, que al ser recalentadas por el sol debían producir un calor insoportable. Por aquel entonces (hablo de los años 60) se hallaban en desuso, pero sabía de primera mano que se habían utilizado como prisión (mi abuelo paterno estuvo internado allí) tras el golpe de estado de 1936 que arrastraría al país a una guerra civil.
Hay un dato que no tengo demasiado claro pero, al parecer,
cuando se inicia la contienda bélica, la empresa propietaria de aquellos
almacenes ya no era Fyffes sino la Casa African Eastern Spain. Hoy, referencias históricas demuestran que fue
el representante de la Casa Elder en
Tenerife, que era a su vez cónsul de Suecia, quien donó una serie de rollos de alambre
de espino, para evitar la fuga de los presos fieles a la república allí
retenidos. A pesar de ello siempre se conocieron como salones de Fyffes.
Pues bien, releyendo esta obra encuadrada en Antología - La Literatura Canaria y
bajo el título ya mencionado de “La
prisión de Fyffes”, cuyo autor es José Antonio Rial, me he detenido especialmente en la página 66, de
la que quiero entresacar un texto que todos los canarios deberían conocer:
“El patriotismo cursi, de los libros de primeras lecturas, era el aderezo de aquella insurrección, en la que tomaban parte militares descalificados, mercaderes trapisondistas, curas trabucaires*, familias de funcionarios prostituidas de padres a hijos, esposas adúlteras (como una célebre boticaria que ofreciera toda su prole, de diversos padres y de un solo apellido encubridor, a la causa) hipócritas, usureros diurnos y adoradores nocturnos, ricas tildadas de libertinas, y, en fin, una sociedad que esperaba redimirse, y ser aceptadas por los salvadores de la patria y la religión, delatando, matando obreros sindicalizados o empleados republicanos. En la calle acechaban los grupos de “patriotas” que hacían tragar a jóvenes y viejos, y hasta a las mujeres, sus “purgantazos” de aceite de ricino o de valvulina, que pelaban al cero, e imponían, sobre la ropa, con brocha y abundante pintura, los colores de las enseñas del movimiento.”
Monumento en memoria de los presos republicanos de Fyffes
(*) trabucaire
Del cat. trabucaire 'el que lleva trabuco'.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Del cat. trabucaire 'el que lleva trabuco'.
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Miguel Ángel G. Yanes
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