Pues bien, cierto día, ese ritual se truncó de repente, ya que, al descorrer la hoja de cristal de la puerta, mis ojos quedaron atrapados por una palabra escrita en el asfalto.
En previsión de que las rodadas de los coches la borrarán, opté por ir a por la cámara fotográfíca (fíjense que no digo móvil; recuerden que no tengo: NO ME DA LA GANA) Así que, con ella en la mano, me dispuse a inmortalizar aquel "buenos días" a la italiana.
La segunda parte de la historia es bastante más prosaica y me dejó incluso un mal sabor de boca.
Tras la ducha, el desayuno y el resto de rutinas diarias, bajé al bar de costumbre a tomar el primer café de la mañana y echarle un vistazo a la prensa escrita. En ello estaba, cuando otro parroquiano que acababa de entrar, se acerca para decirme:
- Gracias a ti lo pudieron coger.
- ¿A mí?... ¿A quién pudieron coger?
- Al individuo que hizo la pintada. La policía lo detuvo hace unos minutos, dos calles más allá.
- ¿Y qué tengo yo que ver con eso?
- ¡Ah!... Es que "fulano" dijo que habrías sido tú quien avisó a la policía porque te vío haciendo una foto.
Prometo que, por bajines, me cagué en todo lo cagable, para decir luego en voz alta:
- ¡¿Y por que coño iba a llamar yo a la policía?! Ni que hubiera pintado la puerta de mi casa.
Además, si hice una fotografía fue porque me pareció una manifestación artística digna de guardar, máxime cuando el autor optó por escribir sobre el asfalto, con lo que terminará degradándose y desapareciendo, en lugar de haberlo hecho sobre una pared, como suele ser lo habitual.
Miguel Ángel G. Yanes
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