¡La expectración era máxima!... Todos mirábamos con avidez hacia el fondo del túnel y... ¡sí!... parecía ser cierto lo que auguraban a diario los dirigentes gubernativos: ¡Había una luz!... Un diminuto destello, allá a lo lejos, parecía alumbrarar por fin algún futuro.
Gritamos, lloramos, aplaudimos... y la mayoría echamos a correr, a trompicones, hacia aquella salida que brillaba en la distancia, poniendo fin a la oscuridad de este eterno Presente Popular.
Pero algo extraño sucedía... A medida que avanzábamos hacia ella, la luz no acrecentaba su tamaño como era menester; seguía igual... incluso parecía oscilar levemente a un lado y a otro.
Una terrible sospecha frenó en seco nuestra alocada carrera... ¿Qué demonios...? Y entonces pudimos ver la realidad:
¡Un negrito!.... era un muchacho de color, con el cuerpo cubierto de cortes y laceraciones qué, linterna en mano, regresaba triste y desencantado, tras constatar en una exploración infructuosa, que todo lo que le habían contado era una puñetera mentira, y que por allí no había puerta alguna que condujera al paraíso.
Así supimos que aquello no era un túnel, sino una oscura cueva sin salida: la cueva del Capitalismo... o de Alí-Babá, que viene a ser lo mismo (y perdonen el ripio).
Miguel Ángel G. Yanes
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