Para colmo, como el "TEMEA", había pronosticado un "cuasi" diluvio universal, la inmensa mayoría de los comercios estaban cerrados a cal y canto.
Cruzando calles casi desérticas, vacías incluso de tráfico, con la excepción de unos pocos viandantes que, como yo -oscuros fantasmas de la tarde- se atrevieron a salir con la que estaba cayendo. Observé que eran gente acostumbrada a aquellas lides, ciudadanos de países dónde no se teme a la lluvia, de tan persistente y cotidiana que resulta: rusos y rusas, rumanos y rumanas, escandinavos y escandinavas... y por contra, este chicharrero, tan poco acostumbrado a caudales celestes (era potente y continuado el chaparrón que caía) al amparo de un frágil tejado individual, dando tumbos para evitarle a los pies charcos y torrenteras, atravesó de lado a lado la silente ciudad, arrullada por el golpeteo rítimico del agua, a la busca y captura de un resucitador de ordenadores.
Miguel Ángel G. Yanes
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