(A Juan Fco. Medina Brito)
Trae, el viento, palomas en las manos,
Cansadas palomas que intentaron,
Desoyendo las leyes y la lógica,
Alcanzar la ilusión del horizonte:
Ese rayón añil de la distancia
Donde el cielo y la mar quizá se besen.
Pero en los extensos páramos acuáticos
No existen ramas, ni cables, ni farolas,
Ni ventanas, ni alfeizares, ni aleros,
En los que puedan tomar algún reposo;
Sólo la piel del agua en movimiento,
O la quietud rotunda de su calma.
Y se ha de ser gaviota, “estapagao”,
Pelícano, alcatraz, charrán, albatros...
Cualquier variedad de ave marina
De impermeable plumaje que permita
Amerizar sin riesgo en las salobres
Soledades azules; opción ésta
Que le ha sido vedada a las palomas.
No obstante, persiguiendo ese sueño,
Continuaron volando hacia el ocaso.
Pero el peso de la sal crujía
Sobre sus leves plumas, y un cansancio,
Terroríficamente insoportable,
Tomó forma en sus alas como un plomo
De fulgentes cristales intentando
Arrastrarlas al fondo de las aguas.
Así que él: ángel, demonio, viento...
Conmovido por su tenacidad,
Con un mimo infinito las recoge
Y en sus palmas aéreas las transporta
Más allá del embate de las olas
Y las rocas furtivas de la orilla,
A los granos de arroz de la esperanza
Que, en el pretil sin fin de la avenida,
Lento y borroso, un fiel anciano esparce.
Miguel Ángel G. Yanes
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