Con el primer rayo de la mañana,
Sobre la tersa frialdad de una playa
Virgen, negra y estrecha que parece
Empeñada en trepar por la montaña,
Mi sombra, sigilosa, nace y tiende
Su solitaria angustia a mis espaldas.
La arena es un espejo de brillante azabache
Que no cede al empuje de su tacto;
No cruje su cristal, y sin embargo
Advertidos de otra realidad
Por el agudo sentido de su olfato,
En la grieta difusa de los mundos
Los guardianes de Tíndalos se internan.
Con su furia de seres infernales;
A dentellada limpia muerden granos
De humedecida arena y sal marina,
Pero la luz les hiere los costados
Y terminan huyendo ante su empuje...
Miguel Ángel G. Yanes
Miguel Ángel G. Yanes
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