La morretada del canario era temible. Un brusco giro de pescuezo y ¡zas!: el tremendo cabezazo daba en el suelo con el contrario que, aturdido, quedaba fuera de combate, sangrando profusamente por la nariz partida.
Una técnica de lucha que supongo heredada de nuestros ancestros guanches; útil sólo para distancias cortas, ya que, se debía estar muy cerca del rostro del contrario para ejecutarla, pero de una infalibilidad incustionable.
Miguel Ángel G. Yanes
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