Para llevar 30 años casado con una palmera, pocas veces, muy pocas veces, he visitado la isla de La Palma, y a fe que no ha sido por falta de ganas; pero la vida no siempre rula como uno quisiera. A veces por mis pasadas obligaciones laborales (si Susín lee esto, volverá a decir por enésima vez : ¡Coño!... ¡Cuánto te envidio!) otras por falta de tiempo, y algunas por imponderables del destino, la cuestión es que apenas he estado allí en media docena de ocasiones. Pero en este verano de 2014 decidimos compartir una semana con mi cuñada Mary y Carlos, su esposo, que se habían desplazado desde Catalunya, dónde viven, buscando el idílico sosiego de la Isla Bonita.
Nos instalamos en una casa rural, denominación a todas luces ilógica por hallarse ubicada en San Sebastián, típica calle de acusada pendiente que trepa hacia el bello barrio de Montecristo, en los altos de la capital palmera; allí donde ambas hermanas devanaron la infancia y parte de su juventud.
La papelera haíta
el ayuntamiento
La ciudad y el turismo
Limar determinadas aristas
El amigo Medina
El cuarteto de cuerda
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario