Cuando se asfaltó, años ha, el terreno de lo que hoy en día es el mencionado aparcamiento, ella ya se encontraba allí, pero nadie tuvo la delicadeza de dejarle, al menos, un palmo de tierra junto al muro donde pudiera medrar. La cortaron a ras del suelo y la cubrieron de "piche".
Pues sí, "piche" fue lo que sepultó las raíces de la bouganvilla, una capa asfixiante, ardiente, pegajosa, densa y oscura que parecía condenarla sin remedio, pero también fue "piche" lo que, contra todo pronóstico, se resquebrajó un día ante su empuje.
Y hoy, diminutas ramas intentan aferrarse con desesperación al aire diáfano, a un rayo de sol, a una gota de lluvia.
No molesta a nada ni a nadie, y sin embargo sobrevive a duras, a durísimas penas en un rincón carente de lo más elemental, sin que se le preste la más mínima ayuda. Así y todo, en un alarde de generosidad, regala sus incipientes flores a los ojos de todos aquellos que reparan en ella.
No sé de quién depende el minúsculo territorio donde habita; si del ayuntamiento, del supermercado o de algún particular, pero pido por favor que, sea quien sea, tenga a bien compensar su empeño, su lucha, su generoso sacrificio, habilitándole un mínimo espacio, una diminuta poceta, un puñado de tierra desde donde pueda trepar libremente hacia la luz, porque así, al tiempo que crece, la magia de su alquimia va a llenarnos el alma de paz, de malva, de silencio.
Miguel Ángel G. Yanes
01/04/09
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