El
martes, 27 de octubre de 2009, a las once de la mañana, el puerto de
Santa Cruz de Tenerife presentaba la imagen de otra época. Al contrario
de lo que suele ser común, y coincidiendo con el comienzo de la
temporada de cruceros, la línea de atraque del muelle sur se hallaba al
completo.
Tres
trasatlánticos gigantescos y un magnífico velero (el único cinco palos
del mundo), ocupaban la totalidad de un muelle casi siempre vacío y
desangelado.
No
ya por los grandes trasatlánticos, que a fin de cuentas se me antojan
enormes edificios flotantes, sino por ver de cerca el "Royal Clipper", decidimos,
el amigo Paco Morera y yo, acercarnos al mismo. Digo bien "decidimos",
porque "poder" no pudimos. Unos agentes de la autoridad portuaria (ella y
él) nos impidieron el paso en la misma entrada del muelle.
- ¿A dónde van? Nos espetaron.
- A ver de cerca ese velero. Contesté.
- ¿Me explica por qué?
- ¡Órdenes!... Por seguridad.
-¿Quiere decir que, a dos ciudadanos nacidos aquí, que viven aquí y que pagan escrupulosamente sus impuestos aquí, no se les permite acceder al muelle (construido y mantenido con esos impuestos) para ver un barco de cerca?
-¡Exactamente! Hablaba él, sonreía ella.
De pronto se me llevaron todos los demonios (y aún no he vuelto)
-Pues esto habrá que denunciarlo en algún medio. Repliqué.
-¡Pues hágalo Vd!. Se me dijo con sorna. Y en ello estoy.
Cuando nos frenaron en seco, pensé que tal vez hubiera bastado con llevar una cámara al hombro para acceder al dique sin problemas, porque de la interminable hilera de supuestos turistas que nos antecedía, no vimos que detuvieran a nadie, ni que pidieran ningún tipo de identificación, salvo a nosotros. ¿Será porque mi amigo y yo somos morenos y de baja estatura, qué resultamos sospechosos? Me da la sensación de que con la excusa del terrorismo internacional, están estrangulando muchas de nuestras libertades.
Me
crié en ese muelle. Me fugaba del colegio con doce o trece años para
deambular por aquel mágico lugar que abarcaba desde la Marquesina a la
Grúa Titán. Soñaba con los barcos; subía sus escalas, unas veces con más
suerte que otras, por el mero placer de recorrer la cubierta, sobre
todo si se trataba de algún buque de vela, sentir su tenue balanceo una
vez los cabos atados al noray, chapurrear con la tripulación algunas
palabrejas en un inglés de puro garrafón… y no digamos nada si te
dejaban tocar la rueda del timón. Es menester decir que algún que otro
coscorrón alcancé en mis intentos. Pero nadie nos prohibía el acceso a
los muelles, y los chicos de entonces nos movíamos libremente por
aquella extensión del paraíso.
Pero… ¿a qué situación hemos llegado en la actualidad? El puerto parece un país extranjero, con sus fronteras, su propia policía, sus excesivas normas... Y después se preguntan por qué los chicharreros vivimos de espaldas a la mar.
Si
por razones de seguridad, el pueblo llano no puede acceder a la plataforma portuaria, pido desde aquí a quién competa, que se
vuelva a habilitar el acceso al paseo del muelle sur, para que todos los ciudadanos
podamos disfrutar de "nuestro puerto" como hacíamos antaño.
¡Y déjense de "mamonadas"!
¡Y déjense de "mamonadas"!
Miguel Ángel G. Yanes
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