Me gustaría poner mi granito de arena en memoria del recientemente fallecido Rafael Arozarena Doblado. Desaparecido tan sólo del mundo de las formas, porque, en la medida en que continúe en nuestro recuerdo y en nuestros corazones, seguirá estando vivo; amén de su pervivencia a través del conjunto de su magnífica obra literaria.
En los últimos tiempos, a pesar de tener la salud bastante quebrantada, no perdió un ápice de su agudeza ni de su proverbial socarronería. Me contaba mi mujer que, recientemente, a raíz de sus problemas renales, no le quedó más remedio que acudir al hospital, y cómo, aún en aquellas condiciones, tuvo humor para piropearla por aquellos ojos que vislumbraba sobre la mascarilla. Ella se identificó como mi esposa, pero él no consiguió recordarme.
La última vez que lo vi fue en la zona de la Cruz del Señor, en compañía de Juan José Delgado, y ya era evidente el deterioro físico que le provocaba la enfermedad. Solía acudir con relativa frecuencia a una empresa editorial que, hasta hace poco, se hallaba ubicada en los bajos del Edificio Mataverde, donde vivo desde hace más de veinte años; y después de gestionar sus asuntos se dirigía, acompañado por Raquel la propietaria de la editorial, a tomar un cortado al bar Los Tres Mosqueteros. Allí coincidimos en alguna ocasión.
Comencé a conocer sus poemas a principios de los años 80, gracias a Fátima Said, con quien le unía una buena amistad. Leí parte de su obra poética con especial deleite, hasta el punto de que algunos de sus versos, quedaron en mi memoria para siempre: "Altos crecen los cardos / brillantes y espinosas / inútiles espuelas"… "vestida de altramuces / con tus maizales verdes"... También leí, años ha, su famosa novela Mararía. Con posterioridad, cuando fue llevada al cine, no quise verla; sabía que, de hacerlo, las imágenes que aún bullen en mi cabeza, serían sustituidas sin remedio por las que aparecieran en pantalla.
Reconozco públicamente que tengo una deuda pendiente con Rafael Arozarena. A pesar de escucharle decir en alguna ocasión que su mejor novela era "Cerveza de grano rojo", aún no me he decidido a leerla. Prometo hacerlo. Hoy, como sentido homenaje a su persona, adjunto este pequeño poema, escrito para él en octubre de 2000 y que forma parte del poemario titulado “Húmedo labio de la isla”, inédito aún.
Roto y vencido el día
(A Rafael Arozarena)
La sangre sin fin de las amapolas, / el amargo sudor de las ortigas, / la dolorida tierra, su cansancio, / el fragor de los lirios combatiendo / con espadas de luz en la maleza, / el tembloroso labio del helecho / ante el cariz final de la batalla, / y en su pasión, las zarzas / coronando la tarde con espinas / ante la rendición total / de un ejército azul de girasoles.
Miguel Ángel G. Yanes
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