25/10/09

A CUENTA DE UN POEMA DE MACCANTI

 Comencé a conocer la obra de Arturo Maccanti a principios de los años 80, merced a mi amiga Mª Cleofé Linares, que era y supongo seguirá siendo (no hemos hecho mucho caso a Platón y ha crecido algo de hierba en el sendero de nuestra amistad) una ferviente admiradora del poeta.

De inmediato me sentí cautivado por la profundidad de su poesía. Leí con avidez los libros que a mis manos llegaron y descubrí que me sentía bastante identificado con su perspectiva de la vida, con el ritmo vital de su búsqueda y también de su denuncia. Puede que haya leído poemas más hermosos, pero pocos me han impactado tanto como "Columpio solo".

Lo he releído en repetidas ocasiones a lo largo de estos años y sigue estremeciéndome el mismo escalofrío de la primera vez. Cuánto dolor y cuánta tristeza se hilvanan hilo a hilo para formar la urdimbre, cuánta ternura pende de sus hebras y cuánto desconsuelo tiñe su enfurtida memoria.

El inmenso dolor de haber perdido un hijo más allá de la luz. Quizá el mayor dolor del mundo para el qué, los consuelos humanos o divinos, no sirven demasiado. Queda la fe, el resto de la familia, los amigos... pero esa herida abierta nunca dejará de sangrar en el pecho de un padre (no digamos ya en el de una madre).

No puedo remediarlo. Aquel poema caló tan profundo en mi interior qué, cuando alguna vez al anochecer, se me hace paso frente a los columpios del García Sanabria, me paro a contemplarlos con una especie de temor reverencial, al tiempo que desgrano sus versos mentalmente. Ahí sigue columpiándose sobre la piel del aire y no consigo evitar que una humedad nocturna distorsione en mis ojos la frágil realidad que nos circunda.

Asumir el dolor de los demás, hacerlo propio, no llegará jamás a tener la intensidad de quien lo sufre pero, si un temblor repentino nos estremece, acaso ese hijo perdido sea nuestro también, por arte de la magia sublime de unos versos.

Miguel Ángel G. Yanes

No hay comentarios:

Publicar un comentario