Las
calles situadas en pendiente en esta ciudad nuestra (creo que alguna
hay) por las que transitará el magnífico, honorífico, beatífico tranvía,
están de enhorabuena. Gracias a las obras del susodicho invento, han
desaparecido los pretiles en algunos tramos, por lo que, merced a un
justo principio de igualdad, han alcanzando el asfalto y la acera un
mismo nivel; por lo que, cuando llueva abundantemente, el agua, en lugar
de discurrir junto al pretil, formando arroyos a veces insalvables para
los zapatos, lo hará sobre la acera, ahogando irremisiblemente a
nuestros pobres pies. También comercios y viviendas particulares que
carezcan de un mínimo escalón correrán el peligro de inundarse, porque
el curso de agua buscará, como es lógico, el amparo de las fachadas en
su presuroso discurrir.
Y
no sólo eso: el que la acera esté al mismo nivel de la carretera, sin
ningún tipo de división, es un peligro evidente, pues se corre el riesgo
de sufrir un golpe fortuito por parte de cualquier vehículo, a poco que
los conductores o los propios peatones se despisten.
Miguel Ángel G. Yanes
04/02/07
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