Antes de que se constuyeran en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife los puentes de Javier de Loño Pérez ("Puente del Manicomio") y el de la Calle de Lorenzo Tolosa ("Puente de la Cuesta de Piedra") sólo existía una única entrada y salida al populoso barrio de La Salud: la Avenida de Venezuela. Y en su confluencia con la antigua Avenida del General Mola (hoy, de Canarias) en los Años 60 se colocó un semáforo para regular el creciente tráfico del cruce.
Dado que todos los ciudadanos motorizados que entraban y salían del barrio, se veían obligados a regirse por él, las anécdotas relativas a dicho semáforo y a su entorno son innumerables.
Personalmente experimenté alguna en primera persona; como aquel día en el que, camino del trabajo, esperaba en primera línea el cambio de disco a lomos de mi motocicleta, cuando observé que, de la cercana gasolinera, bajaba un coche directo hacia mí:
¡No tenía conductor!... Su dueño corría desesperado tras él en un vano intento de atraparlo.
Avancé unos metros con la moto para no ser atropellado, dejando que el coche pasara a mis espaldas. Afortunadamente no chocó con ningún otro vehículo. Subió la acera (libre en ese instante de peatones) y se empotró contra la esquina de unos antiguos salones de almacenaje, hoy inexistentes.
El propietario, tembloroso y desencajado, ante la tragedia que pudo ocasionar, no paraba de repetir como si fuera un mántram:
- ¡El freno de mano, el freno de mano...!
Miguel Ángel G. Yanes
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