Como todos los días de su
vida iba
Hilvanando versos
mentalmente
Mientras paseaba por las
calles del barrio.
Y por primera vez en
muchos años
Vio tu rostro enmarcado
en la ventana
Azul celeste de tu lejano
cuarto.
Un escalofrío le recorrió
la espalda
Cuando no pudiste
reconocer
Al hombre que te amaba
desde que el tiempo existe.
Sintió romperse entonces la
delicada hebra,
Ese frágil vínculo que ataba
Tu corazón de miel,
mujer, y el suyo.
Ya no estabas allí, en
aquel cuerpo
Que en la lejana juventud
amó
Con toda la pasión de sus
sentidos.
Como si hubiera cumplido
de repente,
Cien o doscientos años, volvió
sobre los pasos
Lentos y torpes del
anciano que habita.
Llegó a casa y guardó en
un lugar secreto
Aquel anillo de plata que
le diste,
Aquel pico de águila
dormida.
Aquel símbolo mágico y
sencillo
Que adornó su mano en tu
memoria
Con la esperanza de
volver a encontrarte.
Ya no ha vuelto a salir a
recorrer las calles.
Va a esperarte aquí junto
a esa puerta
Que separa los mundos. No
tardes mucho más…
¡Le puede el frío!
Miguel Ángel G. Yanes
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