Con evidente peligro de salir rodando por la acusada pendiente de una teta, de las siete que tiene el Cerro del Tío Pío en el distrito madrileño de Puente de Vallecas, logré hacer la foto que encabeza el poema... Soy la sombra.
(A Iván, Laura y Maki)
(A Iván, Laura y Maki)
El sol -naranja intenso- se va hundiendo
En la invisible marea que añoramos.
Es un ansia vital, una constante,
Buscar ese horizonte salobre que define
Nuestra rotunda identidad isleña
Bajo el perpetuo chirriar de las gaviotas.
Pero esas formaciones que atraviesan
El cielo azul, levemente grisáceo,
Bajo el que, Madrid, a nuestros pies se agita,
No son aves marinas. Nunca vuelan
En formación compacta sino anárquica
De ruidosas guerreras oceánicas.
Esas aladas flechas que ahora cruzan
Justo ante nuestros ojos, a una altura
Tan elevada y fría que no llega
Su profundo graznar a los oídos,
Son bandadas de anátidas buscando
Un humedal donde encontrar cobijo.
Con el peso de Osiris a la espalda,
Vencida ya, la luz se desvanece
Con una lentitud exasperante.
Desciende con su carga a los infiernos
Cumpliendo con el rito diario de morirse
Para poder resucitar al alba.
A medida que la noche se abate,
La ciudad va generando un pulso,
Un latido constante que le aporta
La luz artificial con la que vence
A la rotunda y densa oscuridad,
Que, aturdida por su fulgor, claudica.
Un carrusel de magia y de color
Y una multitud de almas, sostenidas
Algunas por estructuras físicas, y otras
A las que ya no les resulta necesario,
Giran y giran sin parar, dan vida
A la gran urbe que titila y palpita.
Miguel Ángel G. Yanes
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