José Manuel Caballero Bonald
Con un inteligente prólogo de Juan Cruz, fechado hace tres meses, reaparece la excelente novela de José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1926) Toda la noche oyeron pasar pájaros (volumen de tapa dura, de un azul deslavazado, en la colección Los ineludibles de la editorial Navona). Creo que en esta novela de 1981, premio Ateneo de Sevilla, es donde el autor se bate el cobre con toda la literatura: memoria y lenguaje. Así pues, poco se puede decir de ella que no se haya escrito por activa y por pasiva, y poco más se puede decir del escritor que no sepamos ya. Merecedor como es del premio Nobel de Literatura.
Esta es una novela, la tercera de su haber, que se inicia con la llegada a un puerto del sur de España de los Leiston, familia inglesa dedicada al negocio marítimo. En sus más de 470 páginas se da cuenta de la vida y milagros de varias familias, con sus respectivos personajes, para las que, si bien respiran mar, todo a su alrededor se vuelve asfixiante, de una densidad tal que ni el aceite. No existiendo un personaje principal, pues todos lo son en un logrado equilibrio a la hora de aportar su parecer sobre la realidad que les circunda. Por eso, la parte más importante es la del lector, pues con esas piezas debe construir el puzle de esa realidad de posguerra española. La realidad, que no deja de ser palabra inventada, domina todo el escenario de ese pequeño teatro portuario. Sabiendo que “la verdad procrea siempre otras verdades igualmente contradictorias”.
La novela, en esta edición, está organizada en tres partes de siete, seis y ocho capítulos respectivamente, y en ellas se desarrollan varias sagas familiares como las de la ya citada o la familia Benijalea, con la participación estelar de otros como los Lacavallería, Casalajunta o Anafre y Gazul, con mamá Paulina a la cabeza; también David, Lorenzo, Estefanía, Mojarrita, Nieves, Antonia, Sagrario, Natalia y Miss Bárbara o Marquitos, sin ir más lejos. O sea, unas familias, cual grupo social, que conforman el encofrado novelístico, con un narrador todopoderoso, que en tercera persona relata los hechos, y con unos personajes a los que deja hablar; y, unas veces directamente y otras indirectamente, los pergeña y hasta devela sus más ocultas intimidades, pues “cada uno es también otro distinto”.
Reconozco que no soy seguidor del vizconde de Bonald como el obispo Kilmuir, pero sí lector de Caballero Bonald. Pues en la aparente sencillez del relato existen diversas lecturas posibles, que necesitan de la complicidad del lector. Y aún diría más, es una novela que ha pasado y con nota de sobresaliente la prueba del tiempo, pues son ni más ni menos que 36 años y mantiene su vigencia, como podrán comprobar si leen esta excelente obra de un grande de los escritores en lengua española.
Y J.M. Caballero Bonald ha tenido la amabilidad de contestar a Librújula las preguntas surgidas al hilo de esta nueva lectura de Toda la noche oyeron pasar pájaros.
¿La
reedición de esta novela, en la era digital, llega al lector con un
delincuente sigilo, como Lorenzo abrió la cancela para salir a la calle?
Bueno, es una edición especial, una especie de regalo de cumpleaños del editor Pere Sureda.
Más que con sigilo, yo pienso que aparece con una cierta condición de
resucitada. Me gusta esa imagen de novela resucitada. A ver cómo se
porta.
¿Usted tiene la culpable sospecha de que todos sus recuerdos son erróneos, como David?
No
es que tenga la sospecha, es que estoy seguro de que nada de lo que
recuerdo ha sucedido de verdad, o ha sucedido como lo recuerdo. Bueno,
quizá sea un poco exagerado afirmar eso, pero de lo que no tengo dudas
es de que en el fondo de la memoria hay un intruso que no dice nunca la
verdad, que trata de engañarte. No hace mucho dije en un poema: “Evocar
lo vivido equivale a inventarlo”. Pues eso.
¿Habrá quien vea poesía en la belleza trágica de esa realidad oculta que expone su novela?
Ojalá ocurra algo así en el entramado de la novela. Pienso que la poesía es la madre primera de la literatura y la ausencia de ese nutriente poético produce una especie de sequedad en la prosa narrativa. Por supuesto que no me refiero a la poesía en un sentido simple, convencional, sino en la significación desconocida de las palabras, en el secreto flujo verbal que alimenta lo que se entiende por sugestión literaria.
Por cierto, una imagen poética se hace título de su novela: si la poesía es metáfora, ¿de qué es metáfora el poeta?
Pues ni idea… Pongamos que una metáfora o una alegoría que puede asociarse al poeta es la del perdido en un laberinto que encuentra de pronto la salida. Algo así.
¿Poesía y denuncia social pueden ir de la mano?
Pueden ir, pero solo en el caso de que esa denuncia social esté contenida, integrada en la materia expresiva del poema. Ya se sabe que la poesía no depende de ningún argumento previo, no tiene por qué contar historias, sino intentar descifrar ideas.
¿Del poeta a los dioses hay un verso?
Vamos a ver… La verdadera poesía, es decir, la única posible, tiene también, como el Torá de los cabalistas, un sentido oculto. Llegar a interpretarlo supone la iluminación. ¿Puede andar por ahí el verso que hay entre el poeta y los dioses?
¿En poesía y en Argónida es importante la generosidad?
No veo por ninguna parte qué importancia puede tener la generosidad en la poesía, no me parece que ese sea un buen término de comparación. En el caso de Argónida es distinto. Argónida puede ser el equivalente de la naturaleza concebida como sustitución del edén. Y ahí siempre se filtra una cierta clase de generosidad.
¿Sabe cuánto vale cenar con un poeta?
Hay poetas que prefieren la cocina tradicional y otros que optan por las bagatelas de esa cocina de laboratorio tan en boga. Yo me quedo sin duda con los primeros, que son los que coinciden con mis gustos gastronómicos y con los que se puede prolongar adecuadamente la sobremesa. En cuanto a la cuenta, como dicen en el Caribe, lo más seguro es quién sabe.
¡Gracias por escribir, maestro!
FUENTE: librujula.com
Texto: Enrique Villagrasa
Fotografía: Elena Blanco
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