La trama de la obra gira en torno a Guy Montag, que es uno de los bomberos a los que, el gobierno, encarga la misión de quemar todos los libros, ampárandose en la premisa de que cuanto menos sepa el pueblo más feliz conseguirá ser, ya que, el hecho de leer genera angustias y preguntas sin fin en los ciudadanos, lo que los lleva a cuestionar las acciones gubernativas e incluso a la desobediencia. Pero este bombero, a raíz de que sus superiores le encargan quemar una casa en la que existía una biblioteca, comienza a cuestionarse el sistema cuando, ante su asombro, la anciana propietaria se niega a abandonar la vivienda, y es ella misma la que se inmola prendiendo fuego a los libros.
Montag, realmente impresionado por el sacrificio de la anciana, se plantea conocer los ideales por los que lucha aquella gente y, a hurtadillas, rescata un libro de las llamas y se lo lleva.
Cierto día, Montag conoce a una vecina que era maestra y, desobedeciendo la ley que prohíbía entablar amistades, comienzan a relacionarse. Esto implica que ella, que era de las personas que, contraviniendo lo establecido, aún leían libros, convenza a Montag de hacer lo mismo
Una noche, la maestra es delatada, pero consigue huir. Posteriormente logra contactar con Montag y lo invita a unirse a la resistencia de los hombres-libro:
grupos de personas que vivían escondidos y se aprendían, cada uno, un libro de memoria para después transmitirlo oralmente sin quebrantar las
leyes. Montag le contesta que no está preparado para eso y se
separan.
Poco tiempo después, la esposa de Montag descubre que su marido posee libros, y ante su irrevocable decisión de conservarlos quebrantando la ley, decide denunciarlo, por lo que él se ve abocado a buscar refugio entre los hombres-libro, donde vuelve a encontrar a su amiga la maestra, y así comienza a memorizar un determinado libro para luego poder transmitirlo a generaciones futuras.
No sé yo cuál será el papel de los libros de ídem en el futuro: si serán sustituídos por los electrónicos, si convivirán ambos, o sí terminarán desapareciendo los unos y los otros.
Para mí sería una tragedia infinita que los libros de papel estuvieran abocados a la extinción, aunque, en contra de todo lo previsto, existe margen para la esperanza: "al parecer, el triunfo del libro digital sobre el analógico no termina de cuajar.
Varias cadenas de librerías y grandes comercios cierran los ejercicios
con ventas crecientes en libros de papel. Casi ocho de cada diez siguen siendo de tinta impresa"**.
El interés de lectores y editoriales hacia el libro digital está disminuyendo, lo que me complace. Llámenme retrógrado, antiguo, desfasado y lo que ustedes quieran, pero el tacto del papel, el olor de la tinta, la propia visión del ejemplar, me llevan a zambullirme entre sus páginas con mayor deleite (aunque el texto sea el mismo) que en uno digital. Cosas de viejo, supongo.
Por lo visto el sino de los libros de papel es seguir medrando en este mundo confuso, violento, tecnológico... para intentar guiarnos con ese hilo de Ariadna, con ese hilván sutil con que, su alma de árbol, enhebra las palabras.
Miguel Ángel G. Yanes
(*) Distopía.- Antónimo de utopía. Viene a identificar una realidad no deseada.
(**) Ángel Jiménez de Ruiz (El Mundo)
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