Húmeda y gris, la niebla,
Con tristeza otoñal
Cubre los viejos álamos
Del camposanto y crece
A medida que menguan
Las hebras de la luz.
Un silencio de abrazos
Sobre el mármol, advierte
La inmensa soledad,
La angustia y el temor
Mordiendo con su borde
De afiladas esquinas.
Gotea en los rostros
Fríos de las estatuas,
Resbala por las fuentes,
Se adhiere a las columnas,
Toca la helada piel… y calla
Hasta el más intrépido
Gorrión del cementerio.
Desde la recóndita
Hondura de la tumba
Un sepulcral suspiro
Incontenible escapa;
Incontenible escapa;
A través de la tierra
Fría y mojada asciende.
Atemporal, helada,
La hiedra enana trepa
La hiedra enana trepa
Por la desnuda lápida
Como si acaso huyese.
Palpitan en su urdimbre
Palpitan en su urdimbre
Sueños, ansias, anhelos,
Reconvertidos
En minúsculas hojas:
Leves pentágonos
En los que transmutaron
Miedo, dolor, olvido,
Buscan tocar el blanco
Resplandor de la calma.
Transubstanciación final,
magia sagrada, alquimia,
desenlace del alma,
ritual acontecido
en un crisol oscuro:
El profundo atanor
De las raíces.
Miguel Ángel G. Yanes
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