Los canarios ya entraditos en años lo usamos a menudo para significar algo que, sin ser histórico o remoto, ocurrió en otra época, como lo acontecido en los lejanos años de la infancia. Es decir, que lo aplicamos a nuestra propia antigüedad. Por ejemplo, cuando rememoramos el trajín de nuestras abuelas en sus múltiples tareas, solemos referirnos a ellas utilizando frases como, "Antiguamente, los quehaceres domésticos de las abuelas eran duros y penosos: lavar la ropa a mano (no había lavadoras), fregar los suelos de rodillas (no había fregonas), usar pesadas planchas de hierro, que tenían que calentar al fuego (no las había eléctricas)...
Cuando, antiguamente, los niños deteníamos de golpe nuestros juegos, y muy serios, nos presignábamos al unísono, era que una carroza funeraria pasaba ante nosotros; cuando elevábamos al cielo, también al unísono, las infantiles manos, era porque pasaba el avión bimotor, con su ronquido y su humareda; y si sonaban las campanadas del mediodía, todos a una, dejábamos el juego y corríamos a casa, porque era ya la hora de almorzar. Hoy cuesta entenderlo, ya que, hemos variado bastante el ritmo de nuestras vidas con respecto al de la naturaleza, pero antiguamente, levantarse a alba, comer al mediodía y cenar a la puesta del sol, era lo cotidiano.
Antiguamente, no sé si será por esa pátina con la que se tiñen los recuerdos, todo tenía otro color, otro olor, otro sabor; aunque, a lo mejor, lo que era distinto venía a ser nuestra mirada, nuestra forma de ver y de entender las cosas, y quizás el resto de los sentidos se adaptaban a ella. Vayan ustedes a saber.
De todas formas, me sigue gustando referirme a los detalles y aconteceres de aquella época no tan lejana en realidad (apenas un rato) anteponiendo ese adverbio que me llena la boca: antiguamente.
Miguel Ángel G. Yanes
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