Entonces la señora, a pleno pulmón, gritó una serie de improperios que me descolocaron:- ¡Cabrona, “jedionda”, muerta de hambre!… ¡¿Te crees que porque tienes un coche te vas a comer el mundo?!
Cuando ya cruzábamos la calle, se gira hacia mí para apostillar:
- Esa guarra de mierda, seguro que no tiene dinero ni para pagar las letras.
Yo opté por agachar la cabeza y seguir caminando. No podía entender de dónde salía, de repente, tanta rabia, tanto odio; a no ser, pensé, que la conociera personalmente, cosa poco probable dado lo fugaz e imprevisto de la situación.
Al final, yo también terminé soltando un taco para mis adentros:
“¡Joder¡… vaya mala leche que se gasta la abuela. ¿Quién la vería en pleno apogeo de su juventud?"
Claro (recapacité) Aunque tendamos a encasillar a los ancianos como si todos fueran buena gente, el hecho de que una persona irrespetuosa, agresiva, soez… se haga mayor, no significa que sus demonios huyan; aunque vayan perdiendo comba, siguen estando allí, y a la primera de cambio se manifiestan.
Fue entonces cuando agitó mi memoria la voz de mi abuelo paterno, diciendo desde el más allá:
- ¡El que nace lechón, muere cochino!
Miguel Ángel G. Yanes
No hay comentarios:
Publicar un comentario