Esa persona que encabeza la procesión es fácilmente reconocible por la luz que la rodea y la extrema palidez de su rostro, y está condenada a vagar noche tras noche hasta su muerte o hasta que otro incauto sea sorprendido en una encrucijada.
La presencia de la Santa Compaña siempre es indicio de desgracias; lo más habitual es que anuncie la muerte de un conocido o del propio individuo que la contempla, pero también puede aparecer para reprochar a los vivos errores o faltas cometidas.
En algunas versiones se cuenta que la luctuosa procesión lleva un cadáver en un ataúd, pudiendo ser incluso la persona que sufre la aparición, siendo su cuerpo astral el que está siendo transportado.
Según la tradición popular, el mortal que presencie el paso de la Santa Compaña, puede librarse de ser capturado si sube a los escalones de un cruceiro o si porta una cruz y la exhibe a tiempo; también resulta protección eficaz hacer un círculo en el suelo y entrar en él, rezar y evitar escuchar el sonido que la procesión emite, pero sobre todo, no aceptar jamás la vela que nos tienda algún difunto, ya que, de hacerlo, pasaríamos a formar parte de la Compaña.
Miguel Ángel G. Yanes
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