22/10/18

LENGUAS MUERTAS Y CUERPOS MUERTOS

El incendio del Museo Nacional de Brasil destruyó las grabaciones de lenguas indígenas de las que ya no quedan hablantes vivos

Incendio del Museo Nacional de Brasil, en Río de Janeiro -  Felipe Milanez 

En el incendio del Museo Nacional de Brasil se han perdido las grabaciones que tenían desde 1958 de lenguas indígenas de las que ya no quedan hablantes vivos. De los 1300 dialectos que existían en el territorio brasileño a la llegada de los colonizadores europeos, alrededor de mil se extinguieron por motivos como epidemias, exterminio, esclavización, falta de condiciones para la supervivencia o aculturación forzada; en 2010 quedaban cerca de 170 lenguas indígenas. De éstas, 34 están bien documentadas, 23 no estaban documentadas y un gran número (114 en los registros del Museo Nacional) lo estaban sólo parcialmente. La colección perdida en el incendio incluía, según el New York Times,“grabaciones de audio de líderes indígenas que murieron hace varios años y notas acerca de lenguas que se extinguieron hace mucho, entre ellas el mura y el tupiniquim”. 

Las grabaciones de lenguas extintas únicamente podían preservar el conocimiento de lo que existió. Quizás así consolaban los antropólogos a sus sujetos de estudio: vosotros desapareceréis, pero quedará un recuerdo de vuestra cultura. Podemos preguntarnos si eso confortaría mucho a quienes tenían que refugiarse cada vez más en lo profundo de la selva, despojados del territorio y muriendo poco a poco. Se suele decir que las culturas son “patrimonio inmaterial de la humanidad”, pero las culturas están encarnadas en grupos de personas, son lo que nos permite relacionarnos como humanos, sobrevivir en el medio, comunicarnos, entender el mundo. En muchos casos las personas que compartían esas culturas murieron ya.


Han muerto primero por el robo de sus tierras, el desplazamiento, el genocidio, la esclavitud, el maltrato sistemático, y en último extremo por las enfermedades venidas de lejos, no al revés: las enfermedades afectan sobre todo a los individuos debilitados. Y las comunidades indígenas que aún quedan en la selva amazónica siguen siendo atacadas y desplazadas de sus tierras por los intereses madereros, mineros, hidroeléctricos y del monocultivo. En el resto de Brasil la situación es aún más precaria para pueblos sobrevivientes como los guaranís, que han sido despojados de casi todo su territorio por el monocultivo de azúcar o de soya y las grandes explotaciones ganaderas. Si continuamos así, seguirá por supuesto habiendo antropólogos que graben los cantos y las conversaciones de los últimos hablantes de lenguas indígenas brasileñas. Habrá material para llenar futuros museos, pero los museos serán como cementerios. 

Bajo la lógica colonial, las culturas indígenas podían no tener ningún interés, o podían tener un interés como divertimento, como curiosidad para hacer volar la imaginación de los hombres; de ahí los gabinetes de curiosidades que antecedieron a los actuales museos. Con la creación de los estados, surgió también la necesidad de contabilizar a los pueblos indígenas, describirlos y medirlos para hacer más efectivo el gobierno sobre su territorio. Diferentes ramas de la ciencia (la antropología, la lingüística, la botánica) pusieron de manifiesto la importancia del conocimiento atesorado por estos pueblos. Su conocimiento podía ser considerado “patrimonio inmaterial de la humanidad” y casi hasta una mercancía, porque podía ayudarnos a todos los que no éramos ellos.
 

Fuera del museo, los pueblos indígenas fueron muriendo porque eran más importantes los intereses de los hacendados y la sociedad que creció para servirlos. Continúan muriendo porque son más importantes los intereses de las multinacionales estadounidenses, canadienses, europeas y brasileñas con sus macroproyectos. Un ejemplo fue el macroproyecto minero Carajás, iniciado por una multinacional estadounidense aunque acabó perteneciendo a la multinacional brasileña Vale do Rio Doce (ver foto aérea).  En la protesta contra este proyecto fueron asesinados líderes indígenas como Ângelo Cretã o Marçal de Souza. Otro ejemplo son las plantaciones de soja del gigante agroalimentario estadounidense Cargill, o el complejo hidroeléctrico impulsado por las empresas españolas Banco Santander y ACS. El engranaje capitalista empuja incluso a los pobres a avanzar por su cuenta en la deforestación de la selva.  

Europa no llevó sólo su cultura sino también el sistema capitalista a América, y el capitalismo obtiene sus mayores rentas del despojo. En el proceso por el que Europa ha ido expandiéndose, apropiándose de las tierras y arrasando a otros pueblos, se han perdido ahora sólo las huellas del crimen, pero el crimen ya estaba hecho. El incendio del museo de Río, provocado por su abandono por parte de las administraciones neoliberales, tiende a borrar el recuerdo de algunos pueblos indígenas.


Un museo puede ser también un lugar de memoria colectiva. Como afirma Fábio Duarte, el incendio del museo “se considera una pérdida irreparable para la memoria histórica”. Las grabaciones y documentos sobre pueblos indígenas que formaban parte del museo no sólo han servido a muchos para entender mejor sus raíces indígenas. También han sido reapropiadas por miembros de pueblos indígenas que siguen existiendo en Brasil. Un ejemplo muy significativo ocurrió cuando el indio Constantino Cupeatucu fotografió en 1989 un antiguo artefacto tikuna de la Colección Nimuendaju. Cuando llevó la foto a su aldea en el Alto Solimões, los más ancianos pudieron recordar cómo se confeccionaba este objeto y el significado que tenía.

Sintieron la necesidad de fabricarlo y usarlo de nuevo, y así lo hicieron. Como ya observara el antropólogo James Clifford en relación a los indios Kwakiutl en Canadá, el museo permitió entonces “rescatar de la tragedia un mensaje de esperanza y autoestima”. Un museo puede por tanto ser también un centro dinámico, capaz de narrar historias de lucha y transmitir la memoria indígena. Cuando el Museo Nacional comenzó a incendiarse, investigadores de cuatro etnias originarias que se hallaban cerca corrieron con baldes de agua para intentar apagar el fuego. Según el historiador de etnia puri Daniel Tutushamum Puri, de 42 años, “el material que estaba allí servía de base para las pesquisas de nuestro pueblo y de muchos otros pueblos nativos de Brasil. Era una forma de tener reconocida nuestra cultura y afirmar nuestra existencia”. Y su compañero lingüista José Urutau Guajajara, del pueblo Tenetehara-Guajajara, añade “es una tremenda negligencia contra nuestro patrimonio”.


FUENTE: ctxt.es
Nuria Álvarez
03/10/2018

Estamos perdiendo, no solo la biodiversidad natural, sino las raíces y las enseñanzas de nuestros antepasados, de aquellos pueblos que supieron vivir en comunión con la naturaleza, respetándola y utilizando tan solo lo necesario, sin agotar sus recursos, porque sabían que, de hacerlo, estaban abocados a la extinción... como nosotros.

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