30/10/18

LA ÚLTIMA VISITA

Me habría gustado incluir una fotografía de "Reyes" pero no dispongo de ninguna. 
Si entre sus familiares o amigos poseen alguna, agradecería que me la hicieran llegar.

Así, a lo tonto, han transcurrido nueve años ya del fallecimiento de uno de mis mejores amigos, Manuel de los Reyes Peña Siverio ("Reyes") al que un puñetero cáncer se llevó el 30 de octubre de 2009 cuando contaba 59 años de edad.

Hay algo con respecto a su muerte que, hasta ahora, no me había atrevido a relatar públicamente. Voy a intentar hacerlo hoy aunque algunos me tachen de paranoico. Verán:

Cuando supe que mi amigo se hallaba internado, ya en fase terminal, en la Clínica La Colina (hoy, Hospital Quirón) me prometí a mí mismo ir a visitarlo todos los días, cosa que hice, acudiendo siempre entre las dos y las tres de la tarde.

He apuntado en este blog una serie de anécdotas (dolorosas unas, graciosas otras) relativas a dichas visitas, pero lo que voy a contarles fue lo que aconteció en la última de ellas.


El pobre "Reyes" permanecía atado a la cama desde hacía varios días porque, con las pocas fuerzas que le quedaban, había intentado marcharse. Sabía que se estaba muriendo y no quería hacerlo en una aséptica sala de hospital, quería morirse en su casa, como ocurría antaño; algo que, el actual sistema social y sanitario, no estaba dispuesto a permitir.

Aquel día, al acercarme a los pies de su cama lo encontré dormido e intenté alejarme de puntillas cuando, la puerta de la habitación se abrió de golpe, y al unísono, los ojos de mi amigo. Esperé que alguien entrara pero no ocurrió. Entonces pensando que se habría producido una corriente de aire, fui hacia ella y la cerré, dirigiéndome a continuación  hacia la puerta del balcón con la idea de cerrarla también, pero estaba atrancada. Giré la cabeza desconcertado y me tope con los ojos de mi amigo que me miraba interrogante. Movía la lengua pero ya no podía articular palabra.

Regresé a los pies de su cama y le dije algo (no recuerdo bien qué, como si fuera capaz de responderme). Él se limitó a levantar el brazo derecho con el dedo índice extendido, haciendo un movimiento de abajo arriba con la cabeza como para indicarme que mirará detrás de mí. Lo hice; lo único que había era un pequeño televisor sobre una repisa.

- ¿Quiéres que te encienda la tele? - le dije.


Negó contundentemente con un gesto, pero siguió insistiendo con el dedo índice y aquella mirada escrutadora que denotaba una cierta ansiedad ante mi falta de entendimiento.

Fue entonces cuando un súbito pálpito me hizo preguntarle:

- Manolo ¿tú estás viendo a alguien detrás de mí?

Movió la cabeza afirmativamente y un extraño brillo le refulgió en los ojos. Entonces lo entendí:


- Es alguien que yo también conozco ¿verdad?

Volvió a asentir.

Un escalofrío me recorrió espalda e intenté quitarle hierro al asunto diciéndole:

- Yo no puedo verlo porque es una alucinación que tienes, provocada por los "chutes" de morfina que te están metiendo.


Negó con rotundidad a la vez que bajaba aquel brazo yerto y esquelético (apenas pesaba ya 30 kilos) y un rictus de tristeza se bosquejó en su rostro. Estaba claro que para él había un personaje real a mis espaldas y no entendía que yo no lo viera.

Luego comenzó a respirar agitadamente hasta el punto de que asusté y eché a correr hacia el control de enfermería de la planta en busca de ayuda.

Enfermera y doctora se acercaron a verlo, terminando por inyectarle un nuevo calmante que lo relajara.

- ¿Tiene prisa? me preguntó la doctora.


- No -respondí- ¿Por qué?

- Por si puede quedarse unos minutos hasta que le haga efecto.

Permanecí junto a él hasta que su respiración se hizo más pausada y acabó cerrando los ojos y quedándose dormido. Le puse la mano en el pecho y me despedí hasta el día siguiente.

Mi amigo falleció sobre las seis de esa misma tarde, y a pesar de que había dejado mis datos para que me avisaran si se agravaba su estado, nadie lo hizo. Me enteré de sopetón a la mañana siguiente al ver su esquela en el periódico. Fue entonces cuando me hice aquella pregunta:


- ¿Qué necesidad había de una manifestación física (la de la puerta) si Manolo ya tenía acceso a otras realidades? 

Y me respondí a mí mismo sin dudarlo: 

¡Fue para convencerme de que todo aquello que yo no veía, también era real!

Miguel Ángel G. Yanes

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