Está otra
vez aquí, en nuestras propias manos,
En la piel
de los párpados, en los resecos labios
Arrancando
palabras de las simas del alma,
Haciéndolas
fluir, incandescentes,
Hacia el
cráter abierto en la garganta
Con el hálito
ardiente de la respiración.
Gritando a
voz en cuello verdades indomables.
O
escribiendo en paredes resecas y desnudas,
Con los
dedos teñidos de pintura y de sangre,
Versos
insobornables que en el pecho palpitan;
Aporreando
con rabia las ventanas
-inútil
insistencia de las heridas manos-
De esta
ciudad drogada, adormecida
Por el vaho
nocturno que la aturde,
Intentando
avisar a los durmientes
De un
milagro vital… ineludible.
Pero el
sueño es tan denso, tan profundo
Que no escuchan el eco retumbante
De una
manada salvaje que se acerca:
Libres
garañones de cascos sin herrar,
Golpeando
la tierra con denuedo
Regresan de
la propia eternidad.
Caballos
desbocados de largas crines rojas
Y negros,
sudorosos, oscuros cuerpos hechos
De
libertad y de sueños, a galope tendido
Atraviesan
las puertas lumínicas del alba.
Miguel Ángel G. Yanes
No hay comentarios:
Publicar un comentario