Espero que la disfruten tanto como yo.
Miguel Ángel G. Yanes
EL CABO Y LOS LLANOS
La ciudad, bajo su primigenio nombre de Lugar y Puerto de Santa Cruz de Añazo, nació y comenzó a formar su caserío marinero en la franja de una pedregosa playa que comprendía la desembocadura del barranco de Santos, entre éste y el llamado barranquillo del Aceite o de Cagaceite. Según las crónicas primeras, después de haber desembarcado más hacia el Sur por el lugarconocido como Puerto de los Caballos o Caleta de Negros, y conscientes de que llegaban a territorio hostil, los castellanos establecieron su primer campamento protegiendo sus flancos por los dos barrancos citados que, en los primeros momentos, si ello fuera necesario, les servirían de trincheras naturales.
Óleo de Gumersindo Robayna con la misa en Añazo el 3 de mayo de 1494
Aunque el profesor Cioranescu aduce documentación notarial que asegura que hacia 1583 todavía no existían en el barrio del Cabo casas de habitación, es lógico que si el desembarco de tropas, caballos y material se realizó por allí, algunos hombres tuvieron que quedar a cargo de la impedimenta, si no en las que podrían considerarse casas de vecindad a efectos de los primeros censos y empadronamientos parroquiales, sí en los almacenes, pabellones o tinglados a toda prisa construidos para albergar y proteger el material. Por tanto, queda claro que el que más tarde se denominó barrio del Cabo, situado como su nombre indica al cabo o al extremo del poblado, existió desde el mismo momento y al mismo tiempo que nació Santa Cruz de Añazo. Mejor dicho, era parte de él. Y, poco después en el tiempo, lo mismo ocurriría con Los Llanos, llamados de Regla, de Las Cruces o de Los Molinos, pues por todos estos nombres han sido conocidos. De Regla, por la ermita construida como oratorio de la guarnición del castillo de San Juan Bautista; de Las Cruces, por las de madera que orillaban el camino a modo de Vía Crucis; de Los Molinos, por los de viento a los que era propicia la zona.
Y fue precisamente la incidencia de los vientos lo que en gran
parte marcó el marcó el destino de aquellos barrios y no siempre para
bien. Como es sabido, los vientos dominantes de la zona son los alisios,
que entrando por el Nordeste barren toda la franja costera hacia el
Sur. Es decir, cruzan todo el espacio urbano de Santa Cruz desde los
escarpados litorales de la cordillera de Anaga en dirección a
Guadamojete y Candelaria, desde donde siguen su recorrido hasta perderse
en los confines de la Isla. Por ello, se contaba con este factor
natural pensando que en caso de incendio en aquellos barrios a la
derecha del barranco de Santos, además del obstáculo natural que el
mismo barranco representaba, las llamas serían aventadas en
dirección contraria al centro de la población. Se trataba de una penosa
contribución que los sufridos vecinos del Cabo y Los Llanos pagaron
durante muchos años, al aceptar más o menos forzosamente el
establecimiento de herrerías, hornos, tahonas y cualquiera otra
industria o actividad que precisara del fuego. Y testimonio de ello son
los nombres de calles de aquellos barrios, algunos ya desparecidos, como
las calles de Humo, de las Tahonas, de las Panaderas y otras, que nos
recuerdan sus orígenes. Sólo por esta razón los antiguos habitantes de
los barrios del Sur se merecen el agradecimiento y homenaje del resto de
la población.
Pero hay más, pues al motivo de preocupación que representaba la posibilidad de incendio en un entramado urbano en el que la madera era el principal elemento constructivo, había que sumar otras circunstancias, ninguna de ellas demasiado gratas para los vecinos de la zona. Por ejemplo, los almacenes de guano, los vertederos, los hospitalillos provisionales de aislamiento y los lugares improvisados a toda prisa para enterramientos de los fallecidos en las epidemias, incluso el primer cementerio municipal de San Rafael y San Roque, los secaderos de pescado salado. Recordemos que el local en el que se instaló el lazareto fue en sus orígenes un secadero de pescado y, más recientemente, algunas industrias químicas de molestos e indeseados efluvios también encontraron ubicación por aquellos solares. ¡Ah! y para que todo no sea negativo, en aquellos llanos se levantaron los primeros molinos de viento del pueblo, que dieron nombre que aún perdura a una de sus calles y que evitaron tener que llevar a moler el grano a La Laguna, como se hacía en los primeros tiempos, aunque es de suponer que a nivel doméstico se seguiría utilizando el molino de mano de los guanches. Y todo ello, debido a los benditos vientos alisios.
Cementerio de San Rafael y San Roque
Dice, y con sobrada razón, mi compañero de Tertulia Paco Tovar
-que, por cierto, es el culpable de que hoy me tengan que soportar
poniendo a prueba la paciencia de todos ustedes- que las tierras
aledañas a la desembocadura de nuestro principal barranco no eran muy
propicias para la agricultura, por lo que por allí se asentaron algunos
pocos mercaderes, pescadores y marineros y, sobre todo, artesanos tales
como herreros, toneleros, carpinteros de ribera, calafates, rederos,
cordeleros, etc. Pero, ciertamente, también tenían protagonismo como
elementos en cierto modo dinamizadores de la zona los establecimientos
de beneficencia -Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados,
Hospicio de San Carlos-, y las instalaciones militares de aquel sector
de la línea defensiva, que empezando en la batería de San Telmo, junto a
la ermita de su advocación, seguía por la de San Francisco, y
continuaba hasta el castillo de San Juan Bautista y la Casa de la
Pólvora.
La Casa de la Pólvora
Y vuelvo a aprovecharme del mucho y justo saber de mi amigo
Paco Tovar, al tomarle prestadas las certeras palabras con las que nos
presenta una fidelísima semblanza de los vecinos de El Cabo y Los
Llanos, cuando dice:
“Hogar
de gentes humildes, de trabajadores que desarrollaban su vida
practicando los valores de la gente de mar, la solidaridad, la igualdad,
la tolerancia, la laboriosidad, el tesón, la admiración por el
conocimiento, la libertad para que cada uno sea lo que quiera y pueda,
en la forma que pueda o quiera…". "Y sobre estos valores, añade Tovar, construye
Santa Cruz su carácter, aportando estos barrios su espíritu asociativo,
su espíritu de unión, que en algún caso perdura en el tiempo. Se crean
sociedades y círculos, y la inquietud por la cultura, el arte y el
deporte permiten la fundación de dos emblemas que surgieron de la
voluntad de unos pocos y que otros muchos han tenido el empeño de
mantener: la Unión Artística de El Cabo, y la Sociedad 1º de Abril para el Fomento de El Cabo, que andando el tiempo pasará a denominarse Real Unión de Tenerife“.
Que me perdone Paco que le robe las anteriores acertadas frases y
las utilice aquí, porque es muy difícil expresar mejor que como él lo
hace el espíritu y el carácter que forjaron la historia de aquellos
santacruceros, que con humildad y tesón, contra viento y marea
–inmejorables símiles para referirnos a barrios marineros- fueron
capaces de superar la brutal y traumática amputación, podría decirse que
casi la total desaparición, de su espacio físico vital. Y,
asombrosamente, bajo el sostenido impulso de la Unión Artística y del Real Unión,
y seguro que también contando con el amparo de sus protectores San
Pedro González Telmo, Vírgenes del Carmen, del Buen Viaje y de Regla, no
sólo han sabido conservar el espíritu cívico de unión
de sus barrios, hoy ya físicamente inexistentes, sino que lo han sabido
transmitir a sus descendientes, a las jóvenes generaciones, como puede
apreciarse todos los años en las festividades respectivas, en las que
asombra la gratificante escena que presentan abuelos, hijos y nietos, en
solidaria unión junto a sus citados patronos, que
ellos, aunque ahora residan en otros barrios de la ciudad distantes de
sus orígenes, continúan considerando sus abogados y protectores. Yo me
permito sugerir a todos los habitantes de Santa Cruz que no lo hayan
hecho, que acudan a las fiestas anuales de estos barrios, que son un
ejemplo de convivencia ciudadana.
Pertenecer al antiguo barrio de El Cabo debió ser algo muy
especial. Yo llegué tarde y apenas mantengo nebulosos recuerdos
en mi cada vez más enflaquecida memoria. Sin embargo, mi
padre, aunque vivía en el Toscal, junto a la plaza de San Francisco,
me contaba y me hablaba de sus andanzas por este otro barrio, al otro
lado de la frontera límite del barranco, sus correrías juveniles, su
caza de ranas en las escorrentías y sus chapuzones en el Charco de la
Casona. Y el viejo puente –mejor es no hablar del recientemente
instalado-, el antiguo Hospital, la histórica ermita y lo que todo ello
representaba para sus vecinos, que hacía vibrar las más profundas raíces
de amor a su terruño, a sus gentes, al espíritu de su comunidad.
El charco de la Casona
El barrio de El Cabo, como tantos otros de la isla toda, formó
parte en tiempos difíciles, de escaseces y penurias, de la inevitable
corriente emigratoria en busca de mejores perspectivas familiares e
individuales. Y cuentan que cuando el barco doblaba la punta del muelle y
enfilaba la ruta hacia las Américas, más de uno no podía contener la
emoción al pasar frente al barrio de toda su vida, y lanzaba al viento:
"Adiós puente y adiós Cabo, // adiós Hospital famoso, // adiós Virgen del Buen Viaje // y adiós San Telmo Glorioso."
Y ya que hablamos de San Telmo, no debemos pasar de largo sin
referirnos a la actual situación de su ermita. No sé si todos ustedes
conocen que cuando comenzó la transformación urbanística de la zona a
base de destruir la totalidad del barrio, con lo que al mismo tiempo se
borraba y desaparecía parte de la historia de Santa Cruz, la ermita de
San Telmo también estuvo a punto de desaparecer. El obispado la ofreció
al ayuntamiento para el ensanche urbano que estaba en marcha, a cambio
de la construcción de otro templo, de mayor capacidad, en la entonces
recién abierta Avenida 3 de Mayo, nuevo templo para el que se
respetaría el mismo nombre de San Telmo. Afortunadamente, la desgraciada
idea no se llevó a cabo, se decidió conservar la histórica ermita, y
la nueva iglesia es la actual de Santo Domingo de Guzmán.
Ermita de San Telmo
La de San Telmo es posiblemente la construcción más antigua de
nuestra ciudad. En el ámbito religioso la primera fue la ermita de la
Consolación, levantada sobre la lengua de lava volcánica que cerraba por
el Norte el primer desembarcadero del puerto, la Caleta de Blas Díaz,
que fue demolida para la construcción del castillo de San Cristóbal,
donde hoy está la “malograda” plaza de España. Luego, la parroquia de la
Santa Cruz, hoy de la Concepción, que destruida por el fuego fue
reconstruida en su totalidad a mediados del siglo XVII. Es posible
que la dedicada a San Sebastián sea coetánea de San Telmo, pero no
hemos encontrado datos que lo confirmen, además de que ha sufrido tan
decisivas modificaciones y aditamentos, empezando por la torre, la
sacristía y la puerta de acceso, originalmente abierta hacia
arriba, como dando la bienvenida a los que bajaban desde La Laguna.
En cuanto a la de Nuestra Señora de Regla, primer oratorio para la
guarnición del castillo de San Juan, su construcción se data hacia 1643.
Castillo Negro o de San Juan
Hoy, con su modesta, emblemática y singular presencia, San
Telmo es el único testimonio físico superviviente del que fuera el
primer barrio de pescadores y hombres de mar de Santa Cruz, que desde
muy temprana fecha, primer tercio del siglo XVI, dedicaron este pequeño
templo al santo patrono de los mareantes San Pedro González Telmo, cuya
Cofradía ya existía en 1549. y al que profesaban una profunda devoción.
Es fama que, cuando los hombres del barrio iban a la pesca en el banco
africano, llevaban una hucha para el santo, que tenía derecho a una
soldada como si de un marinero más se tratara. Su fiesta fue en
siglos pasados una de las principales de Santa Cruz y de las de mayor
arraigo en la devoción popular.
San Telmo
El patronazgo de San Telmo para las gentes de mar es muy
anterior al de la Virgen del Carmen, que comenzaría en la segunda mitad
del siglo XVIII. Aquí, a nivel popular, se llegó a dar una cierta
rivalidad, como si fuera posible que ambas advocaciones se disputaran
su presencia y arraigo en la devoción de pescadores y marineros. Pero si
en el imaginario colectivo del pueblo se podía admitir dicha
circunstancia, la misma sabiduría popular encontró pronto el remedio, y
la paz fue firmada, como lo atestigua la copla que dice:
"La Virgen del Carmen tiene // unos zapatitos blancos, // que se los hizo San Telmo // con las velas de su barco."
La virgen del Carmen
En la ermita de San Telmo intentaron fundar convento los
franciscanos de La Laguna hacia 1650, iniciando una construcción junto a
ella a la que trasladaron la imagen del Santo. Las protestas de los
habitantes del barrio, encabezadas por el beneficiado de la Concepción,
de la que dependía, y el mayordomo de la Cofradía, llevaron a entablar
pleito que llegó a la Corte y que, dos años más tarde, dio la razón a
los vecinos, obligando a los frailes a derruir la obra levantada y
devolver el santo a su ermita de siempre.
El edificio ha sufrido modificaciones a través del tiempo: en
1893 se sustituyó la vieja espadaña por una pretenciosa torre, que al
amenazar ruina fue demolida en 1918, y también se ha visto recortada por
el Naciente su única nave para la apertura de nuevas vías. Daba frente a
la desaparecida plaza de su nombre, centro neurálgico del antiguo
barrio, en el que los pescadores y marineros compartían vecindad con
artesanos, herreros y panaderos. El pequeño templo es de muy sencilla
construcción, con techumbre de madera y tejas y piso de losas chasneras,
pero encierra todo el encanto de las construcciones tradicionales de
nuestra tierra. Parece ser que su primera ornamentación fue la imagen
del propio santo, colocada en un simple nicho. El retablo es del siglo
XVII o inicios del XVIII y posee, a cada uno de sus lados, pinturas
de temas marineros, “La Tempestad” en el lado del Evangelio y
“Navegación feliz” en el de la Epístola. La imagen de San Telmo, en la
hornacina del Evangelio; en la de la Epístola, San Pedro de las Marinas,
ambas de candelero, y Nuestra Señora. del Buen Viaje, en la central.
"La tempestad" - Obra de Alberto Martín Aguilar
Junto a su puerta y en algunas épocas en su interior, estuvo
colocada la Cruz de la Fundación -después de derruida en 1794 la capilla
que la protegía junto a la antigua carnicería-, Cruz que hoy se
custodia en la parroquia de la Concepción. Por este motivo durante años,
especialmente en el siglo XIX, las fiestas más importantes del barrio y
que tenían gran eco en toda la población fueron, además de las de su
patrono San Telmo, las de la Santa Cruz en mayo.
A pesar de que sus fiestas fueron en pasados tiempos de las más
sonadas, la ermita ha pasado por difíciles momentos, sobre todo a
caballo de los siglo XIX y XX, cuando abandonado el culto y con motivo
de epidemias sirvió de depósito de cadáveres, de hospitalillo de
observación y hasta para instalar cocinas económicas para los
necesitados. Y, como ya señalé, en los años 40 de la pasada centuria
estuvo a punto de desaparecer.
Cruz fundacional de madera, posteriormente enmarcada en plata.
Podría seguir hablando mucho más de lo barrios del Cabo y Los
Llanos, que hoy son uno solo en la memoria de todos, del antiguo
Hospital, de la fuente de Morales, del Hospicio, primero, y luego
cuartel de San Carlos, de los restos de la batería de San Francisco
–ideal emplazamiento para volver a levantar el monumento a los Héroes de
la Gesta-, de la ermita de Regla, del castillo de San Juan y la Casa de
la Pólvora, lo que nos llevaría mucho tiempo.
Y para terminar no puedo hacerlo sin plantear una cuestión que
preocupa a los antiguos vecinos de la zona y a todos los amantes de
nuestra historia. Parece ser que en el espacio anexo a la histórica
construcción se va a proceder, o ya se está procediendo, a
soterrar un transformador de la compañía eléctrica, empresa a la que
el ayuntamiento ha dado licencia para ello a cambio de la urbanización
de aquel entorno. De esta forma se lograría alcanzar y hacer realidad
una aspiración de los vecinos y de la Tertulia Amigos del 25 de Julio,
como sería, en primer lugar, dotar del necesario espacio de respeto a
todo lo que la singular ermita representa como edificación más antigua
de la ciudad, a cuyo amparo se formó y aglutinó el primer núcleo de los
que, a base de tesón y trabajo e inspirados por un afán, espíritu y
sentimiento de UNIÓN superior al habitual en cualquier
otra comunidad, fueron capaces de forjar, arropar y poner las bases de
nuestra pujante realidad de hoy.
Conmemoración del acontecimiento militar acaecido en S/C de Tenerife el 25 de julio de 1797:
la derrota de la armada británica en su intento de invasión al mando del almirante Nelson.
la derrota de la armada británica en su intento de invasión al mando del almirante Nelson.
En segundo lugar, allí, junto a la ermita, en la plaza que ha de
rodearla, protegerla y realzarla, será el emplazamiento ideal de un
hito, de un monumento, que resalte, reconozca y agradezca ese espíritu
de UNIÓN que aún subsiste en sus antiguos vecinos y sus
descendientes, que a pesar de los años transcurridos mantienen el mismo
sentimiento de chicharrerismo que animó a los primeros habitantes
del barrio.
El barrio de El Cabo merece este recuerdo y agradecimiento,
para cuyo logro el arquitecto y contertulio Sebastián Matías tiene
algunas ideas y estoy seguro de que la Tertulia Amigos del 25 de Julio
se comprometerá a colaborar en todo lo que esté a su alcance, pero
también tengo la certeza de que todos los que aún atesoran en su
interior el espíritu del barrio aportarían su esfuerzo y ayuda para
hacer realidad tan merecido homenaje.
Muchas gracias por su atención.
FUENTE: Conferencia pronunciada por Luis Cola Benítez en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife el 10 de diciembre de 2015, en la conmemoración del Centenario de la creación del Real Unión de Tenerife.
FUENTE: Conferencia pronunciada por Luis Cola Benítez en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife el 10 de diciembre de 2015, en la conmemoración del Centenario de la creación del Real Unión de Tenerife.
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