Ella nunca entendió qué tipo de individuo era aquél con el que se había casado: tímido, retraído, huraño, poco cariñoso. Él siempre tuvo la impresión de que ella no valoraba lo que hacía; que lo consideraba un “chichirivaina” que se pasaba la vida escribiendo chorradas, que, para colmo, no producían ni un jodido céntimo de euro. Al menos eso era lo que percibía cuando, dando en el clavo, se definía a si mismo como “el tonto del pueblo”, y ella, en lugar de reírse, se sentía molesta.
"El tonto del pueblo"
Autor: Carlos Saéz de Tejada y Benvenutti (1897 - 1958)
Cuando, aguijoneado por el tridente
de su amo y mentor, abandonaba a medianoche el lecho, y le daban las tantas de
la madrugada rellenando cuartillas sin parar, ya sabía que a la mañana
siguiente habría bronca conyugal, porque por mucho sigilo que empleara al
levantarse y al volver a acostarse, ella siempre se despertaba y luego le
costaba horrores conciliar el sueño, y había que madrugar para acudir al tajo.
Aunque él, que se había desvinculado de la obligación laboral años atrás,
seguía levantándose con ella al alba para que no lo hiciera sola, agradeciéndole
(a su manera) la facilidad que le había dado, con su aquiescencia, para comprar
un tiempo que, ahora, no parecía tener tanto valor como al principio.
Paco Rabal en el papel de Azarías
Película "Los santos Inocentes" de Mario Camus
Él, simple esclavo del numen, por
mucho empeño que pusiera, no podía resistirse cuando, en mitad de la noche, su
espíritu y sus neuronas se lo llevaban en volandas casi. Pero tenía la
sensación de que ella pensaba que aquello era algo que él hacía a propósito; al menos eso era lo que su matutina rabieta traslucía. Así
que optaba por callarse, tragándose su orgullo, y era entonces cuando aquel
vacío en la boca del estómago le hacía plantearse de verdad la vida ajena que
vivía. Se le quitaban de golpe las ganas de luchar, y dejaba de hablar, de
escribir, de leer, de medicarse… y dejando de lado las labores del hogar, se
echaba a la calle cerrando la puerta tras de si como si nunca fuera a regresar.
Azrael
Deambulaba sin rumbo fijo, rumiando
su angustia existencial a la espera de que el calendario trajera de nuevo un
día 7, por ver si Azrael lo eximía de una vez y, apagando el maldito eco de su
voz, le permitía regresar a las profundas simas del Silencio.
Miguel Ángel G. Yanes
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