La higuera es un árbol de secano originario de Asia sudoccidental, que se ha adaptado perfectamente en otras latitudes, en especial en los países de la cuenca mediterránea. Poco exigente en cuanto a las condiciones del terreno, crece incluso en roquedales, donde otras especies son incapaces de hacerlo.
De corteza lisa y grisácea, sus hojas, grandes y lobuladas son caducas. Produce unos frutos compuestos, denominados siconos, que se conocen como higos.
Al crecerle los frutos directamente sobre las ramas, es creencia popular que las higueras carecen de flores, lo cual no es cierto, ya que, sus flores, unisexuadas, están distribuidas por la superficie interna de un receptáculo lobuloso abierto en un extremo (ojo); este receptáculo, tras la fecundación, se hincha y se vuelve carnoso transformándose en higo que, en realidad, no es un fruto en si, sino una infrutescencia. De hecho, las granillas de su interior son los verdaderos frutos.
La curiosidad botánica que quiero mostrarles con detalle, proviene de una higuera propiedad del amigo Atanasio, y resulta realmente un extraño ejemplar:
No es ni, más ni menos, que un higo blanco doble; una especie de fruto siamés, que al final no se decidió a diversificarse, adquiriendo esa curiosa forma.
Miguel Ángel G. Yanes
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