29/9/13

¡LLÉVAME CONTIGO!

Una mañana de domingo, mientras las mujeres de casa se afanaban en preparar la comida con la que festejar la reunión familiar, cogí a los críos, los metí en el coche y los llevé a conocer el lejano caserío de Igueste de San Andrés, ubicado en las costas de la cordillera de Anaga.


Laura, Ángel y Alejandro, nacidos en el verano del 89, tendrían en aquella época diez u once años de edad. Marta, dos menos; y ninguno de ellos había subido nunca por aquella escarpada carretera de montaña que, desde la playa de Las Teresitas, alcanza el mirador natural de Los Órganos (mal "limpriadito" sitio) para descender, posteriormente, por sus múltiples curvas hacia el verde remanso de Igueste.


Dejamos el coche al final de la carretera y, a pie, como es menester, subimos y bajamos sus múltiples escaleras; contemplamos la iglesia, con aquel diminuto cristo en majestad; el vergel de sus feraces fincas cuajadas de frutales; el cauce del barranco, con sus charcos, sus patos y sus cañaverales; y siguiendo su curso, llegamos al mar, donde las olas, mansamente, lamían los cayados y la negra arena de la playa creada en su desembocadura.


A la vuelta, cruzando sobre el puente que une ambas orillas del barranco, alcanzamos la ladera opuesta. Por sus peldaños ascendíamos cuando, una viejita que se encontraba asomada a una ventana, al verme encabezando aquella pequeña comitiva, comenzó a gritar:

- ¡Llévame contigo!... !Llévame contigo!...

Marta, algo asustada por los gritos, me preguntó:

- ¿Tú la conoces?

- ¡No!... Creo que me confunde con su amigo Azrael*, que prometió venir a buscarla.


(*) Azrael.- Emisario de la muerte. Ángel oscuro que viene a por las almas de los vivos.

Miguel Ángel G. Yanes

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