junto a la mar dormita
Montaña Roja. Tiembla,
bajo mis pies, la piel
reseca de su espalda
cuando, descalzo, asciendo
purificado ya
por el Rito del Fuego
hacia la cima o frente
que la luna corona
esta mágica noche.
Sé que al alba el secreto
escondido en el seno
de las maternas aguas
se ofrecerá a los ojos
del dragón encantado,
y es por ello que aguardo
anhelante el tañido
primero de la aurora,
que desgarre los velos
de ese sagrado sueño
de mis antepasados.
de mis antepasados.
Aún danzan ante mí
los flecos de la hoguera
en el centro geométrico
de la cal, y el destello
fúlgido de la espada
marcando el invisible
horizonte del sur.
Sobre su cráneo velo
sin más ropa o más luz
que el sesgo de la luna
cuando el silencio emite
su eterna letanía.
Al borde del azul,
el color rosa inflama
los femeninos pliegues
de la noche y se alza,
libre al fin, el misterio
remoto de las aguas...
un instante fugaz.
Tras el prodigio el sueño
vence mi cuerpo y caigo,
extasiado y exhausto,
sobre el hocico pétreo
de este antiguo guardián.
Ya le resbala el sol
hasta la cola. Espero
que su lengua de fuego
se dispare e inflame
mi corazón, si el cielo
no me permite hallar
otro camino y vuelvo,
desandando las lávicas
aristas de la vida,
aristas de la vida,
de regreso al profano
y estruendoso fragor
y estruendoso fragor
de la rutina.
Miguel Ángel G. Yanes
En la noche del solsticio de verano
21-6-88
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