25/5/13

EL PRESTIDIGITADOR

Los chicos de la pandilla habíamos acudido esa tarde-noche al Teatro Guimerá (cosa poco común en nosotros) para ver actuar a un prestidigitador de renombre, que había recalado por estos lares.


Como nuestra economía era bastante precaria, sólo pudimos adquirir entradas para el "gallinero": unas gradas de madera prácticamente pegadas al techo del teatro, incómodas y con poca visiblidad, pero allí nos apretujamos como pudimos, dispuestos a disfrutar del espectáculo.

El mago, convenientemente vestido de frac, con bastón y sombrero de copa, ayudado por dos hermosas jóvenes, desplegó sus bártulos ante los ávidos ojos de la concurrencia, y con una estudiada verborrea, comenzó su función haciendo un alarde de habilidad y fantasía con aros, cartas, cintas, pañuelos... sacando y metiendo palomas y conejos en jaulas y sombreros, cortando señoritas en apetitosas porciones y volviéndolas a recomponer sin menoscabo alguno de su integridad física, haciendo aparecer y desaparecer objetos, y toda suerte de mágicas ilusiones, para asombro y regocijo de los asistentes.


Pero fue en el instante de prenderle fuego, sobre una bandeja de servir, a unas palomas de papel, cuando la voz histriónica de Gilberto, chilló desde el "gallinero":

- !Fuego... fuego!

Y el prestidigitador, con más tablas que un santo, gritó con la misma voz de falsete:

- ¡Bomberos... bomberos!

Y una atronadora carcajada sacudió el teatro, seguida de un prolongado aplauso, de un público que, mayoritariamente, pensó que aquel improvisado golpe, formaba parte del espectáculo.

Miguel Ángel G. Yanes

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