27/10/12

ESA E.S.O. O SEA... ESO

Con la nueva Ordenanza Reguladora del Taxi, los futuros taxistas de Madrid tendrán que haber completado la E.S.O. e ir vestidos correctamente.


Considerando que no resulta estrictamente necesario tener una titulación académica para conducir un taxi, a la vista de esta noticia, y obviando a los taxistas profesionales que ya peinan canas, a  mí me parece vergonzoso que el Estado no se haya ocupado de que TODOS los jóvenes que se adentran en el mundo laboral tengan terminada, como mínimo, la Enseñanza Secundaria OBLIGATORIA, actuando necesariamente ante la falta de visión de padres (y madres) que no se preocupan lo suficiente, permitiendo a sus hijos abandonar los estudios a destiempo para que, a la postre, vengan a ser réplicas de sus progenitores, la mayoría de las veces, carentes de cultura y educación, y con escasas posibilidades laborales. Nunca he entendido la postura de esos padres (y madres) que no buscan para sus hijos un futuro mejor que el que a ellos les deparó la vida. No los empujan a seguir estudiando, no los apoyan, no se implican en su evolución; no sé si por egoísmo, comodidad, pocas luces o qué.

En cuanto a la medida sobre la vestimenta, hasta cierto punto me parece correcta. Considero que un conductor público ha de cuidar su imagen: ir aseado, con ropa adecuada y sobre todo limpia. Por respeto a sus clientes, no es de recibo ir en cholas, pantalón corto y camiseta de asillas, y mucho menos si le cantan las axilas y lleva la ropa llena de lamparones. En relación al calzado, creo que se podría ser permisivo, y en aras de la comodidad, permitir el uso de zapatillas deportivas, siempre y cuando estén en buen estado. Recuerden que, antiguamente, los taxistas usaban uniforme e incluso gorra... ¡Tampoco es eso!


Aunque cultura y educación deberían ir siempre de la mano, tener estudios no siempre implica tener educación. Esas cosas "se maman" en el entorno familiar, no en la escuela, el instituto o la universidad.

Con su permiso, les voy a adjuntar una antigua entrada de este blog, sobre un determinado taxista que conozco, y que no sé, a ciencia cierta, si tiene esa E.S.O. o sea... ¡eso!:

25/06/11
COMO DE AQUÍ A LA LUNA


Conocí a L en Madrid, allá por los años 80, a través de una de sus hermanas que, en aquella época, era compañera mía de trabajo. Fue a raíz de un curso al que la empresa me envió de rebote. Creo que no había nadie más a quien poder mandar en ese instante; lo digo porque en mis 35 años de vida laboral sólo asistí a dos cursos: ése en la metrópoli y otro, años más tarde, en la hermosa capital de Andalucía.

L era el garbanzo negro de la familia, no porque fuera un juerguista, un ludópata, un delincuente o algo peor, sino porque, mientras sus tres hermanas habían accedido a la universidad, consiguiendo licenciarse en distintas disciplinas, él se había negado a estudiar y terminó trabajando de taxista, lo que a los ojos de los suyos, era algo así como un demérito, habida cuenta del apellido y de la posición económica familiar.

- ¡Mariconadas!... habría dicho él.


De carácter franco, alegre y dicharachero, era un excelente conversador, hasta el punto de que, entre el aire acondicionado del taxi y el run run de su voz, resultaba, contra todo pronóstico, una verdadera gozada atravesar Madrid. Se podía hablar con él de cualquier cosa: fútbol, cine, política, filosofía, cultura, religión... ¡extraterrestres!... versado en todas ellas, era un verdadero pozo de sabiduría convertido en taxista.

Hicimos amistad, y en las dos semanas que permanecí en la urbe, aparte de salir de copas alguna que otra noche y echar largas e interminables parrafadas, conocí también a su familia. Él, soltero empedernido (un desprestigio más para la saga) me llevó a visitar a las dos hermanas que tenía en Madrid; doctora en medicina una, y licenciada en derecho la otra: amables, corteses, educadas, pero acaso un pelín estiradas para mi gusto; todo lo contrario que su hermano, a quién los dioses habían bendecido con un don especial que, desde mi óptica, lo convertía, entre otras cosas, en el más feliz de la familia.

Era cierto que L carecía de títulos universitarios pero, entre su inteligencia emocional, su afán de conocimientos, el trato diario con el público, su facilidad de palabra y su desmedido amor por la lectura, venía a ser más culto que sus hermanas, como de aquí a la luna.


Miguel Ángel G. Yanes

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