En cuanto a la medida sobre la vestimenta, hasta cierto punto me parece correcta. Considero que un conductor público ha de cuidar su imagen: ir aseado, con ropa adecuada y sobre todo limpia. Por respeto a sus clientes, no es de recibo ir en cholas, pantalón corto y camiseta de asillas, y mucho menos si le cantan las axilas y lleva la ropa llena de lamparones. En relación al calzado, creo que se podría ser permisivo, y en aras de la comodidad, permitir el uso de zapatillas deportivas, siempre y cuando estén en buen estado. Recuerden que, antiguamente, los taxistas usaban uniforme e incluso gorra... ¡Tampoco es eso!
Con su permiso, les voy a adjuntar una antigua entrada de este blog, sobre un determinado taxista que conozco, y que no sé, a ciencia cierta, si tiene esa E.S.O. o sea... ¡eso!:
25/06/11
COMO DE AQUÍ A LA LUNA
Conocí a L en Madrid, allá por los años 80, a través de una de sus hermanas que, en aquella época, era compañera mía de trabajo. Fue a raíz de un curso al que la empresa me envió de rebote. Creo que no había nadie más a quien poder mandar en ese instante; lo digo porque en mis 35 años de vida laboral sólo asistí a dos cursos: ése en la metrópoli y otro, años más tarde, en la hermosa capital de Andalucía.L era el garbanzo negro de la familia, no porque fuera un juerguista, un ludópata, un delincuente o algo peor, sino porque, mientras sus tres hermanas habían accedido a la universidad, consiguiendo licenciarse en distintas disciplinas, él se había negado a estudiar y terminó trabajando de taxista, lo que a los ojos de los suyos, era algo así como un demérito, habida cuenta del apellido y de la posición económica familiar.
- ¡Mariconadas!... habría dicho él.
De carácter franco, alegre y dicharachero, era un excelente conversador, hasta el punto de que, entre el aire acondicionado del taxi y el run run de su voz, resultaba, contra todo pronóstico, una verdadera gozada atravesar Madrid. Se podía hablar con él de cualquier cosa: fútbol, cine, política, filosofía, cultura, religión... ¡extraterrestres!... versado en todas ellas, era un verdadero pozo de sabiduría convertido en taxista.Hicimos amistad, y en las dos semanas que permanecí en la urbe, aparte de salir de copas alguna que otra noche y echar largas e interminables parrafadas, conocí también a su familia. Él, soltero empedernido (un desprestigio más para la saga) me llevó a visitar a las dos hermanas que tenía en Madrid; doctora en medicina una, y licenciada en derecho la otra: amables, corteses, educadas, pero acaso un pelín estiradas para mi gusto; todo lo contrario que su hermano, a quién los dioses habían bendecido con un don especial que, desde mi óptica, lo convertía, entre otras cosas, en el más feliz de la familia.
Era cierto que L carecía de títulos universitarios pero, entre su inteligencia emocional, su afán de conocimientos, el trato diario con el público, su facilidad de palabra y su desmedido amor por la lectura, venía a ser más culto que sus hermanas, como de aquí a la luna.
Miguel Ángel G. Yanes
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