1/9/11

ESA JODIDA COMA

Con los nuevos medios de comunicación (chats, blogs, mensajes sms...) y su imparable velocidad hay, entre los signos de puntuación de la lengua castellana, una hermana pobre abandonada a su suerte a pesar de su importancia: la coma.

Entiendo que los medios impongan nuevos cambios, pero más que deteriorar las actuales estructuras lingüísticas, lo que deberían es mejorarlas, evitando los modismos y anglicismos que van degradando nuestra lengua, y para ello es necesario partir de un uso correcto y necesario de los signos de puntuación.

Pueben ustedes a leer de corrido un texto carente de comas y verán cómo les falta el aire. Yo he probado a hacerlo a menudo en Internet y he estado en un tris de asfixiarme, pero el no va más fue esta mañana cuando, al intentar bajar de la Red un tema musical, leí en la lista de descargas un título que me descolocó: "Mátalas en vivo" de Alejando y Vicente Fernández...

- ¡Coño!, dije para mis adentros (yo soy así de mal hablado, disculpen ustedes) es que "en muerto" ya no se puede.

¡La coma, joder!... ¡la coma!


Pues esa hermana pobre, esa jodida coma (queda claro que está bien jodida) cuya función es permitir la existencia de pequeñas pausas dentro de un enunciado, pudo cambiar el curso de la historia. Imaginen a Julio César diciendo: "Eres Bruto hijo mío", en lugar de "Eres, Bruto, hijo mío". O al Emperador Carlos V cambiando una coma de lugar en el momento de firmar una sentencia, para que dijera: “Perdón, imposible que cumpla su condena” en vez de "Perdón imposible, que cumpla su condena". O mejor aún, comprueben en la siguiente frase, cómo el cambio de ubicación de la coma modifica claramente su sentido:

"Si el hombre supiera realmente el valor que tiene, la mujer andaría a cuatro patas en su búsqueda"

"Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer, andaría a cuatro patas en su búsqueda"

Queda patente la importancia de la coma, "esa puerta giratoria del pensamiento" como la denominaría el inmortal escritor argentino Julio Cortazar; así que... ¡A CUIDARLA!



Miguel Ángel G. Yanes 

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