5/7/11

EL RARITO


Hasta hace pocos años, llamaba bastante la atención ver a alguien hablando sólo en mitad de la calle, como si de pronto se hubiera loco, y hasta nos reíamos de él. Hoy es todo lo contrario, todo el mundo habla, habla, habla… con ese adminículo pegado a la oreja, ya sea en plena calle, en el parque, en la plaza, en el trabajo, en casa, en el transporte público... Ahora resulta que los raritos somos nosotros, los poquísimos que no hemos entrado por el aro, los que nos hemos negado a formar parte de esa legíón de usuarios enganchados, como si de una droga se tratase, a ese cacharrito que llaman celular o teléfono móvil.

Vuelvo a repetir, como ya he hecho otras veces, que no reniego de la utilidad que el susodicho invento pueda tener para solucionar una urgencia, una avería, un recado urgente... pero ¡coño! eso de que la gente vaya en fila por la calle, con la mano pegada a la oreja, como si se tratase de la procesión del santo telefonillo, ya pasa de castaño oscuro.


Las empresas de telefonía, que ya se han encargado de meterle a la gente el jodido aparato por los ojos,  y que acabarán metiéndoselo por otros sitios...: el oído, por ejemplo, cuando logren minimizarlo lo suficiente; han generado en la población una dependencia tal (¡y encima hay que pagarla!) que provoca ya hasta síndrome de abstinencia.

No cabe duda de que este invento ha cambiado el mundo. Ahora todos, menos algún rarito, desean poseerlo. Y si es el más rápido, el de mayor cobertura, el más vistoso o el más caro, mejor que mejor. Hasta los niños nacen ya, en lugar de con un pan, con un móvil bajo el brazo. El es negocio del siglo. Que digo del siglo... ¡del milenio! Se están forrando como locos a medida que nos van generando mayores necesidades, haciéndonos creer que son algo imprescindible para vivir. Menos mal que el rarito se mantiene firme, y cuando alguien (su mujer, su hija, su suegra...) quieren regalarle alguno, ya sea por Reyes, por su santo o por su cumpleaños, se niega en redondo y dice:


- ¡La poca libertad que me queda, no me la van a joder con un cacharro de esos!

- Es que te pierdes y no podemos localizarte.

- Si alguna vez me pierdo... ¡¡¡será porque lo necesito!!!

¿Se dará cuenta el resto de la ciudadanía, en algún momento, de que ese trasto (virtudes aparte) también atenta contra nuestra intimidad, nuestra seguridad y sobre todo nuestra libertad individual?


Piensen una cosa:

"La araña siempre sabe en que lugar de la red se debate la mosca"

Miguel Ángel G. Yanes
 

1 comentario:

  1. Me encanta que sigas siendo el Miguel Ángel de siempre. Recuerdo una conversación similar, hace muchos años, y mantienes la misma firmeza, los mismos argumentos claros y precisos.
    Cada vez que me veo demasiado pendiente del teléfono, de su control y esclavitud...rememoro tus palabras.
    (La frase es magnífica)
    ¡No cambies nunca, compañero!

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