21/4/11

VIDRIOLA

Aunque no comparta muchas de sus opiniones, todos los días leo su columna en el periódico. A veces sonrío, a veces tuerzo el gesto, y otras, simplemente cabeceo dándole la razón, pero siempre disfruto leyéndolo. Tal vez si nos conociéramos personalmente no empatizaríamos demasiado. O sí, ¡vaya usted a saber! A veces, aunque filosofía, tendencia política y hasta religiosa, resulten antagónicas, existen extraños nexos que conectan a personas dispares. Admiro la facilidad que tiene para hilvanar recuerdos sobre la urdimbre privilegiada de su memoria, y la magia sencilla y nítida de su lenguaje, a cuyo encanto sólo queda rendirse.


Bueno, pues hace unos días, me sorprendió con una hermosa palabra para mí desconocida: vidriola.
 
En mi imaginación, se elevó de repente su estructura sonora como una curva helada, y pensé: "poéticamente cabe... puede ser una ola de cristal". Digo poéticamente porque, en lenguaje profano no valdría, ya que, aunque tendemos a confundirlos, no es lo mismo vidrio que cristal (uno es amorfo, el otro no). Pero andaba muy lejos de acertar con el significado.


Explica el periodista que, en su infancia, se denominaba "vidriola" a un boliche o canica de cristal de colores, de gran tamaño, proveniente de Venezuela, un objeto lúdico al que, los chicharreros, con mucho menos sentido musical, imbuidos ya en la vorágine ciudadana, dominábamos "vacota"; supongo que por lo voluminoso, en contraposición a "chinchorrita" que era un boliche minúsculo, al que no sé qué nombre daban en el norte de la isla.

  
Desconozco si aún los chicos juegan a los boliches. Veo tan poca tierra a mi alrededor, que costaría encontrar un lugar donde excavar el gongo ("gua" para los que fueron niños en otros lares) Ni siquiera veo niños jugando ya en las calles.


No voy a decir aquí nada que los canarios no sepamos; el hombre tiene su carácter, una forma "sui géneris" de ser y de actuar, una buena dosis de prepotencia... pero a mí me encanta cómo escribe. Sólo me resta agradecerle el regalo lingüístico que a diario nos hace.

¡Ah!... Se llama Don Andrés González de Chaves y Sotomayor.

 Miguel Ángel G. Yanes

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