Acababa de cumplir los 21, llevaba cuatro años trabajando, tenía novia, expectativas de futuro, ilusiones, planes... cuando, de pronto, vino la mili y lo jodió todo. En realidad no vino, fui yo a su encuentro, bastante lejos por cierto, porque ya el ejército, a finales de los 70, comenzaba a sacar a los mozos de sus regiones naturales, mandándonos a hacer puñetas (cuánto más lejos mejor) para que tuviéramos conciencia de la unidad de España, y acabar, a la vez, con los incipientes pasos del independentismo en las diferentes regiones. Pero no todos los chicos estaban preparados para abandonar bruscamente su entorno; algunos porque tenían una dependencia total de sus familias, de las que nunca se habían apartado; otros por poseer un carácter demasiado débil; más de uno por problemas de orientación sexual que, si saltaban a la vista, podían provocar que les amargaran la existencia; y la mayoría, a los que aquella viviencia militar impuesta, nos pateaba los hígados. Y así, entre toques de corneta, guardias, retenes, imaginarias, limpieza de fusiles y labores sin sentido, perdí más de un año de mi vida de una manera absurda.
Por eso aplaudo la profesionalización del ejército. Que vayan sólo quienes lo deseen, los que se sientan atraídos por el mismo y busquen labrarse un futuro en él, aunque, en el fondo, lo que me gustaría es que todos los ejércitos desaparecieran de la faz de la tierra, pero me parece que, dado el nivel de evolución espiritual de esta humanidad nuestra, es pronto aún.
Así y todo, vuelvo la vista atrás y no dejo de reconocer algo positivo. No sé si empujados por la soledad, por la tristeza, por el temor, o acaso por las penurias compartidas, la camaradería durante el servicio militar forjó entre nosotros amistades para toda la vida, pero la mili también nos cobró por ello un alto precio. Arrancó, de cuajo, la vida de uno de mis mejores amigos: Estanislao Hernández Luis "Lalo" (en la fotografía, el primero de la izquierda en la fila superior), aunque no fue el único que quedó en aquellas lejanas tierras; hubo otros también que nunca regresaron.
Miguel Ángel G. Yanes
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