29/4/11

"LAS MORCILLAS"

Visité La Palma por primera vez en el verano de 1979, convencido por mi amigo "Chicho" (Fco. Miguel Camacho Remedios) quién, todos los veranos se iba a Tazacorte, su pueblo natal, a ver a sus abuelos y, de paso, a echar una mano en el bar de su tío, cubriendo su ausencia matutina, mientras éste se dedicaba a otros menesteres.


Mi medio de transporte, en aquella época, era una moto; así que ayudé al escaso personal del muelle a estrobarla, y mediante una pluma, fue izada a bordo del correíllo, para luego lingarla convenientemente a una tubería adosada a un mamparo, a fin de que los embates de la mar no lograran desplazarla. Zarpamos a las 12 en punto de la noche del puerto de Santa Cruz de Tenerife, rumbo al de Santa Cruz de La Palma, en el que logramos atracar pasadas las 6 de la mañana, después de una travesía de lo más movidita.


Una vez en tierra y siguiendo los indicadores de tráfico, puse rumbo al sur de la isla ascendiendo por la húmeda y serpenteante carretera. 


Perdido entre la niebla encontré el famoso túnel de la cumbre; lo atravesé (caía agua en su interior) y salí por la otra punta a un mundo diferente, en el que todo era azul y luminoso.


Bajé por El Paso, pero en lugar de continuar por la carretera de Los Llanos de Aridane, tomé una vía que indicaba una menor distancia kilométrica, pero lo que no advertía era que estaba "acabante" de asfaltar. Y con su extremada pendiente, estuve a punto de romperme la crisma en más de una ocasión, al resbalar en la gravilla. En uno de esos bandazos, con el freno de mano pulsado y ambos pies en el suelo, quedé junto al muro de una finca y reparé en que, semioculto por una enredadera, un rótulo fabricado en cerámica (un azulejo para cada letra) componía un curioso nombre: Hermosilla.



Al llegar al bar donde trabajaba Chicho, y tras los saludos de rigor y las presentaciones a sus amigos, comenté que las había pasado canutas al bajar por aquella carretera recién "empichada" y de tan acusada pendiente.

- ¡Ah! Eso es que, en vez de por la carretera general, bajaste por las Morcillas. Me dijeron

- ¿Las Morcillas? No, no. Creo que se llama Hermosilla. Respondí

- ¿Cómo que Hermosilla?... pues vaya mariconada. ¡Las Morcillas, muchacho, Las Morcillas!

- Bueno, ¿y por qué se llama Las Morcillas? Alguna razón tendrá, digo yo.

- Pues porque siempre se ha llamado así. Joder con el chicharrero este, acaba de llegar y va a decirnos a nosotros como se llama un sitio que conocemos de toda la vida.

Y entonces, el tribunal de la santa inquisición juvenil de Tazacorte, reunido en sesión plenaria, se descojonó de mí:

Me di cuenta de que se trataba de una corrupción del lenguaje, pero opté por callarme, y ahí acabó la historia; aunque yo seguía diciendo para mis adentros:



- ¡Eppur... si muove! 

Miguel Ángel G. Yanes
 

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