"Un mamboretá enorme se plantó de un vuelo en el mantel y Nino fue a buscar una lupa, lo taparon con un vaso ancho y lo hicieron rabiar para que mostrase los colores de las alas.
- Tirá ese bicho –pidió Rema–. Les tengo un asco.
- Es un buen ejemplar –admitió Luis–. Miren como sigue mi mano con los ojos. Es el único insecto que gira la cabeza".
Al leerlo, me vino a la memoria de inmediato, una de las primeras noches en el Centro de Instrucción de Reclutas en Rabasa, Alicante, donde fui a parar en el otoño de 1976, para cumplir el servicio militar que, en aquella época (lo digo para los más jóvenes) era obligatorio. Estábamos ya tumbados en nuestras literas, esperando que de un momento a otro sonara el toque de "silencio" y se apagaran las luces, cuando se armó un alboroto tremendo: un insecto de gran tamaño revoloteaba de un lado a otro de la compañía y una jauría de reclutas en calzoncillos gritaba y saltaba intentando atraparlo en vano. Cuando pasó volando frente a mí, me impresionó hasta tal punto el colorido interno de sus alas, que no supe de qué insecto se trataba; cosa que descubrí con asombro cuando optó por posarse en la carcasa de un tubo fluorescente, lejos de la marea de brazos de sus depredadores. A pesar de que a lo largo de mi vida apenas lo había visto en tres o cuatro ocasiones, nunca pensé que aquel bichejo repulsivo poseyera un colorido tan espectacular.
Por lo visto las mantis adultas son atraídas por la luz ultravioleta a finales del verano y principios del otoño, y su coloración puede ser de tres tipos: verdosa, grisácea o pajiza. Cazan al acecho, manteniendo las patas anteriores plegadas y juntas, por lo que parece que estuvieran rezando. Su rapidez en la acción es tan increíble que sólo se suele ver antes de que agarre al insecto, y luego cuando ya está atrapado entre sus patas. Si se llega a percibir el movimiento es como una acción borrosa, de tan rápido que sucede. Normalmente devoran a sus presas mientras éstas aún luchan por liberarse. El proceso de apareamiento es bastante simple, pero el macho tiene que estar muy atento, para no acabar también en las fauces de la hembra. A la mayoría de las personas les produce cierta repulsión y hasta miedo, a pesar de ser un insecto completamente inofensivo y, sobre todo, beneficioso para la agricultura, dada la gran cantidad de invertebrados de los que se alimenta.
Miguel Ángel G. Yanes
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