El actor y fundador de Chévere representa en Madrid la obra 'Eroski Paraíso', un retrato del desarraigo en clave de comedia documental, tras obtener el Premio Nacional de Teatro
Patricia de Lorenzo y Miguel de Lira, en 'Eroski Paraíso'
Fotografía de Matteo Bertolino
Miguel de Lira (Muros, 1964) vuelve a Madrid tras el éxito de Eurozone, una tarantinada financiera que ponía en solfa el tiburoneo del capital. También después de que Chévere, la compañía que fundó hace treinta años, recibiese el Premio Nacional de Teatro "por su coherente trayectoria de creación colectiva basada en fuentes del teatro documento y en la transgresión de géneros", en palabras del jurado.
El actor presenta ahora en las Naves del Español, junto a las actrices Patricia de Lorenzo y Cristina Iglesias, Eroski Paraíso, dirigida por Xabier Ron. La historia de un emigrante que regresa a su pueblo para participar en el rodaje de un documental dirigido por su hija, empeñada en devolver al presente el escenario donde se conocieron sus padres, una sala de fiestas cuyos muros albergan hoy un supermercado. Un retrato del desarraigo en clave de comedia basada en hechos y personajes tan reales como su expareja, su abuelo senil, su nieta o incluso usted.
De niño, ¿qué quería ser de mayor?
No pensaba mucho en ello. Simplemente, me
imaginaba que sería una persona mayor con veinte años, cuando la gente
iba a la mili, y que me casaría a los veinticinco. Cuando llegué a esa
edad, no hice el servicio militar, fui objetor de conciencia y todavía
no me he casado [risas].
Precisamente, bajo el paraguas de Chévere se representa en Galicia Goldi Libre,
sobre un insumiso que es encarcelado durante el felipismo. En realidad,
César Goldi se interpreta a sí mismo, pues en 1993 fue condenado a dos
años, cuatro meses y un día.
Goldi colabora con nosotros y participa en las Ultranoites, un cabaret colectivo contemporáneo con música en directo, aromas de actualidad y cierto poso de transgresión. Forma parte de la troupe satélite de Chévere, con la que hemos concebido un vivero de creación. Lo llamamos A Berberecheira, un criadero teatral que toma el nombre de un banco marisquero de la playa de Carnota. Apostamos por proyectos de memorias personales y él quería plasmar un relato sobre la insumisión en primera persona. Una historia apasionante —llegó a estar preso con el militar golpista Milans del Bosch— que ponemos en el candelero porque las nuevas generaciones no son conscientes de lo que fue aquella lucha social que forzó a profesionalizar el Ejército. Este fin de semana, se representa en el Teatro Principal de Santiago.
Había que ser muy valiente para negarse a hacer tanto el servicio militar como la prestación social sustitutoria.
Yo me declaré objetor de conciencia y fui
el primero que la realizó en el área de cultura del Concello de Carnota.
Luego llegó una generación que me adelantó por la izquierda y se
arriesgó a chupar caldero, hasta el punto de que muchos insumisos fueron encarcelados.
En Eroski Paraíso, preservan el humor, pero la denuncia es menos evidente.
Es el espectáculo con menos mensaje
social de los que hemos llevado a escena últimamente, aunque tiene como
telón de fondo el desarraigo. En sus muchas capas, se percibe un
desarraigo vital, lingüístico, paisajístico e identitario, lo que
enriquece una obra más popular y fácil de digerir que las anteriores.
También es cierto que, cuando nos documentamos e hicimos el trabajo de
campo en la zona, nos encontramos menos chicha de la que pensábamos,
como los conflictos laborales o la caída del estado de bienestar. No
hallamos un gran material de denuncia y, para ser honestos, nos
centramos en la intimidad de los personajes.
¿Por qué Muros? ¿Quién llegó hasta allí?
La idea original fue mía, aunque en
principio la planteaba como un cortometraje o una película. Surgió
cuando entré en el supermercado, tuve un flashback y empecé a
recordar cómo era la discoteca de mi juventud. Lo comenté en la compañía
—porque Chévere ya había coproducido el filme Crebinsky y cabía la posibilidad de rodar algo—, pero con el tiempo Xesús Ron consideró que era mejor llevarla a escena.
Su Paraíso era nuestra A Revolta, que ahora es un
pecio en tierra. Galicia está sembrada de naves abandonadas que antes
albergaban salas de fiestas, aunque algunas resisten y muchas se han
reconvertido en otros negocios, como mueblerías o supermercados. La
nómina es extensa: A Vieira, en Ponteceso; Lennon, en A Estrada;
Donadana, en Touro; Skala, en Lalín...
El fenómeno de las salas de fiestas es
muy gallego, porque va muy unido al mundo de las orquestas, que tienen
más músculo que en otras regiones. Han trascendido la pachanga veraniega
y son parte del Producto Interior Bruto. Las salas de fiestas eran las
verbenas indoor, o sea, de invierno. Espacios abiertos a las
afueras de los pueblos y con una buena zona de aparcamiento, un dato que
resulta crucial. Los franceses supieron verlo y montaron Alcampos y
Continentes, tras los que llegaron los grandes supermercados. Nos
fijamos que Eroski había montado sus establecimientos en antiguas salas
de fiestas. Fueron listos: no les hacía falta invertir mucho en la obra y
ya tenían el aparcamiento. Todo lo que era Paraíso, Edén o Vergel —la
promesa de un nuevo mundo— se convirtió en Eroski. Hay casos en Bueu,
Forcarei, Muros...
¿Patrocina la obra?
No, no, no [risas]. Podríamos haberla llamado Gadis Paraíso o de cualquier otra forma, pues el título es circunstancial. Queremos preservar nuestra libertad.
La gente se veía de domingo a domingo y se casaba
a los veinte, treinta o cuarenta días de relación. O sea, que podían
llevar un par de años saliendo, pero en ese tiempo sólo se habían visto
contadas veces. De la discoteca, al altar.
Se casaban sin haber vivido nunca juntos. En el caso de los protagonistas de Eroski Paraíso, tuvieron que acelerar el proceso matrimonial porque ella se quedó embarazada la primera noche.
Hablaba antes de una obra de teatro con muchas
capas. En el corazón de la cebolla, hay una denuncia velada: Antonio
regresa a casa, mientras que el hijo de una vecina, ingeniero, se va a
Berlín a fregar platos. Cuando algunos emigrantes tratan de volver, las
nuevas generaciones, más formadas, se siguen viendo obligadas a marchar
al extranjero. Si no es crítica social, sí realismo trágico.
Sí, sería realismo trágico. Cuando digo
que no hacemos crítica, quiero decir que en la obra exponemos hechos
objetivos y contrastados. No es una opinión nuestra con matices
críticos. Jugamos a mostrarlo y a decirlo, no a opinarlo.
Han amoldado la obra a la realidad, y no la realidad a la obra.
Exacto. A medida que avanzamos las
investigaciones y documentaciones sobre el terreno, se iban poniendo de
manifiesto diversos asuntos de actualidad, como este nuevo tipo de
emigración, el boom inmobiliario, la pérdida del paisaje, los
esqueletos de edificios sin acabar, las plagas que no fuimos capaces de
controlar, como el eucalipto, etcétera.
Aunque siempre hay una historia ficcionada, detrás está la mano de Chévere y la del director, Xesús Ron. Digamos que Antonio y Eva son dos personajes de ficción, aunque muy parecidos a personas que existieron. En cuanto a la emigración, el padre del protagonista fue un emigrante clásico en Suiza; él se busca la vida en Canarias; y la hija, estudiante en Barcelona, ve cómo sus compañeros se van a Alemania. Ahora se emigra con el maletín del ordenador portátil y antes, con una maleta grande, porque la ignorancia era mayor. Acertamos al enfocar el espectáculo, porque no lo abordamos con un desarraigo crítico y nostálgico, sino que es una memoria activa, fresca y con ciertas dosis de humor. El tema y el relato son tan descarnados que corríamos el riesgo de caer fácilmente en un drama.
Aunque siempre hay una historia ficcionada, detrás está la mano de Chévere y la del director, Xesús Ron. Digamos que Antonio y Eva son dos personajes de ficción, aunque muy parecidos a personas que existieron. En cuanto a la emigración, el padre del protagonista fue un emigrante clásico en Suiza; él se busca la vida en Canarias; y la hija, estudiante en Barcelona, ve cómo sus compañeros se van a Alemania. Ahora se emigra con el maletín del ordenador portátil y antes, con una maleta grande, porque la ignorancia era mayor. Acertamos al enfocar el espectáculo, porque no lo abordamos con un desarraigo crítico y nostálgico, sino que es una memoria activa, fresca y con ciertas dosis de humor. El tema y el relato son tan descarnados que corríamos el riesgo de caer fácilmente en un drama.
Eroski Paraíso es hiperrealista: Ken Loach, en clave de comedia.
Hay quien dice que es una comedia
documental. Patricia de Lorenzo clava el personaje de Eva, una muradana
que encarna a muchas madres gallegas que perdieron su identidad, su
lengua y casi su origen. Ella, por ejemplo, se pasó al castellano por el
bien de su hija y ha vuelto al pueblo para cuidar de su padre con
alzhéimer, porque si no nunca lo haría. Es una desarraigada de libro. Mi
personaje es de medio montaña, procede de un universo más agrario y
sigue hablando gallego.
Muy peterpanesco. Un soñador.
La vida y la emigración no han conseguido matar del todo al neno grande
que lleva dentro. Cuando su hija quiere hacer una película, la madre es
reacia y él juega muy a favor. Es un gran padre y ella, una gran madre,
pero a su manera. En la realidad actual, que es muy ceniza, las Evas
abundan, mientras que los Antonios no son tan comunes. Cada vez quedan
menos soñadores, porque tantos golpes han anulado la capacidad de soñar.
Además del Atlántico, ¿cuál era el horizonte para un niño de Lira?
Mi horizonte eran las copas de los árboles, donde hacíamos cabañas.
¿Cómo llega al teatro?
Estudié en una escuela unitaria y a los
once años me fui a hacer EGB a Santiago, donde mis hermanos estudiaban y
compartían piso.
Y dejó atrás el molino de Lira, el pueblo de Muros donde nació...
Mi madre tenía un pie en la zapatería
familiar, Calzados Clarisa; y otro, en un molino que había hecho Papá de
Cuba cuando volvió de la emigración. Allí, los niños le llamábamos así a
los abuelos, y todos teníamos un Papá de Cuba. Tuve la suerte de que
regresase al pueblo, donde montó un molino trifásico, no de río, sino de
electricidad. Me crie entre el maíz, la harina y las cajas de zapatos.
¿Y su padre?
Trabajaba en la caixa en Carnota.
Si levantase la cabeza y viese lo que pasó con la entidad, a la que
tanto quería… Es difícil pensar que le puedes querer a un banco, pero mi
padre se sentía parte de aquella caixa y de su obra social. De
hecho, hasta yo tenía la sensación de que Caixa Galicia era, más allá de
un banco, mi entidad. Al menos, mi padre no llegó a ser testigo de su
quiebra y del posterior rescate público.
Su anterior obra, Eurozone, ya mostraba las dentelladas de unos Reservoir Dogs financieros.
Eurozone es un folletín político con nombres propios: Rato, Merkel… Contamos el trapicheo de la crisis y la estafa económica.
Si no fuese por el colchón de las familias...
Por el colchón de las familias, por la
economía sumergida y por los contrabandos varios... Si no fuese por los
trabajos en negro y las pensiones de los abuelos, tendría que haber una
revolución o se produciría una hecatombe social. La crisis fue un
pretexto no sólo para fundir las cajas y los bancos, sino también para
minar lo público. Nos han chupado la energía mientras subían el precio
de la luz. El precio a pagar fue muy alto y las cicatrices son muy
hondas.
Qué paradoja: la gente perdió sus tierras para
que se construyesen embalses, y ahora son asaltadas por las eléctricas a
plena luz.
Paradoja me parece una forma amable de
llamarlo, porque es un atraco a mano armada: Galicia, un país productor y
excedentario de energía, es la que más paga por el recibo de la luz.
También fuimos pioneros en energías renovables, hasta que las
oligarquías financieras presionaron para que frenar su desarrollo. En
muy pocos años, se produjo una involución.
El colmo ha sido el impuesto al sol.
Aquí se privatiza hasta el aliento.
¿Cómo se hace teatro a la contra?
El teatro hay que hacerlo siempre a
favor. Nace de una energía pura, que todavía no ha sido penalizada con
un impuesto. Es una vocación, un arte y un oficio. Cuando hicimos Citizen, queríamos contar el boom
que se produjo en Galicia y a nivel mundial, no ir en contra de Amancio
Ortega o de Inditex. Nos centramos en las cooperativas de mujeres
dirigidas por curillas desde las parroquias. Esa fue nuestra mirada.
Intentamos ser sutiles, aunque en Chévere pensamos que nuestro teatro —a
partir de relatos sobre la historia contemporánea— puede ayudar a
cambiar el estado de las cosas. En ese sentido, somos un poco ingenuos,
aunque conscientes de nuestro fracaso social. Pese a ello, lo seguimos
intentando.
¿Un actor nace o se hace?
En mi caso, no nació. Yo creo que se
hace. Hasta los veinte años, no entré en conexión con las tablas.
Tampoco me gustaba, ni era vocacional. En mi horizonte había otras
artes, como la literatura o la música. Tras empezar Derecho en la
Universidad, lo probé sin querer y, poco después, montamos Chévere, que
ahora cumple treinta años.
Ignacio Vilar, director de A esmorga,
dedica la película a su hermano Carlos, “que vino del Caribe por la
fuerza de la aldea gallega”. Hay emigrantes que quieren volver, pero la
barrera del desempleo frena la vuelta a casa. ¿Galicia es Saturno
vomitando a sus hijos?
Es curioso, porque durante años se dieron
todas las condiciones, propias del estado de bienestar, para formar a
las mejores generaciones. Sin embargo, creamos un país de monocultivo —y
de monocultura—, donde sólo hay trabajo en algunos sectores. El
problema es que este país ya no le interesa a muchos jóvenes con
formación, pero ellos tampoco le interesan al país. El efecto repelente
es doble. Por eso, se van a la aventura en busca de trabajo, generando
un nuevo desarraigo incluso más doloroso, porque se invirtieron muchos
fondos públicos y sus padres trabajaron duro en su preparación. En
teoría, iban a desarrollar el país y a dar luz a un futuro más
prometedor, pero se ha quedado en una fuga de talentos. Los ministros
del PP lo llaman “movilidad exterior”, pero esa movilidad ya se ha
cronificado.
Y las condiciones económicas pueden ser peores que las de sus padres obreros.
Exacto. El sudor de los viejos emigrantes
para que sus hijos no tuvieran que irse como ellos parece que no ha
valido para nada. Es un fracaso del sistema, pero también un fracaso
social y colectivo brutal. Nos alarmamos de las crisis demográficas,
cuando estamos expulsando a los chicos y chicas en edad de trabajar y
formar una familia.
¿Resulta más difícil hacer reír que hacer llorar?
Igual. Lo difícil es encontrar un buen drama y una buena comedia.
¿Qué prefiere?
Me siento cómodo en la dramedia: historias con profundidad y, al tiempo, con humor.
Cuando un actor interpreta escenas de sexo, ¿pone
en práctica sus habilidades adquiridas en la vida real o se mete en la
piel del personaje y que sea lo que dios quiera?
En el cine, en vez de pensar en sexo, piensas en planos secuencia [risas]. Quieres zafarte de la situación de la forma más digna posible.
Supongo que la mayoría saldrá ganando en la ficción.
La vez que más ridículo me he sentido fue
durante el rodaje de un corto, aunque mejor no dar nombres. Alguien me
echó aceite y agua en el culo, para que pareciesen gotas de sudor. Fue
bochornoso, aunque en A esmorga me quité aquella espina con un
polvo mañanero muy creíble y natural. Hay que profundizar en la ternura o
en la animalidad, no quedarse en la superficie de la escena sexual.
El mundo del cine es caprichoso. Ahí tiene a Karra Elejalde, que cayó en el pozo del olvido hasta que fue rescatado por Ocho apellidos vascos. Y a partir de ahí…
Son rachas, y me alegro de que puedan
pasar estas cosas. Con buenos trabajos, con saber esperar o con golpes
de suerte, puede haber segundas o terceras oportunidades.
No habrá Ocho apellidos gallegos…
Digamos que no quiere ser Koldo de por vida. Prefiere hacer otras pelis.
¿Usted también quiso dejar de ser Currás, el personaje de Mareas Vivas (TVG)?
Claro. Le tengo mucho cariño y me dio
mucha vidilla, pero no quería seguir haciendo siempre la misma serie.
Económicamente era rentable, si bien tenía ganas de volver a implicarme
en Chévere. No quise convertirme en un funcionario de Mareas Vivas.
Dar el salto desde Galicia o desde otras
geografías es complicado. Hay actores que han dependido de un papel
secundario que les dio a conocer o y otros que obtuvieron cierto
reconocimiento a una edad tardía.
Es una cuestión de madurez. Tardas tiempo
en alcanzarla y, a veces, tus mejores caldos internos los vas sacando
con la maduración de tu oficio.
¿Javier Bardem o Luis Tosar?
¡Hombre, Luis Tosar! Más que nacer, lo vi pacer. Antes preguntabas si un actor nace o se hace: un actor se pace.
Fundó Chévere en 1986. ¿Cuál es el secreto de su lozanía?
La cirugía estética, por supuesto
[risas]. El secreto es el respeto que nos profesamos como creadores y
como compañeros. Nos une la ambición para sacar proyectos adelante, como
la Sala Nasa.
¿Teatro o cine?
Teatro y cine, por este orden. Prefiero
el pescado fresco —o sea, el teatro— al enlatado —el cine—, aunque hay
conservas que me gustan más que el pescado fresco. El congelado sería la
televisión.
Eduardo Blanco Amor sacó del armario la homosexualidad en la novela A esmorga. Corría el año 1959 y no se publicaría en Galicia hasta 1970.
El trío masculino que la protagoniza, en
el que inocula parte de su forma de ser, no es gratuito, sino que tiene
que ver con su personalidad, con su homosexualidad y con su época, que
fue cortada de raíz por la guerra civil. Blanco Amor y Lorca fueron
amantes, aunque el granadino no tuvo la oportunidad de contarlo. De
hecho, Blanco Amor le ayudó a escribir los Seis poemas galegos.
Cuando visité el Centro Gallego de Buenos Aires, que había sido muy pujante, me sorprendió la habitación donde murió Castelao. Conservan la cama y las sábanas roídas, en las que está bordado el Himno do Antiguo Reino de Galiza. Luego bajé a la biblioteca y hablé con su responsable. El bibliotecario, un viejo gallego, ya se había jubilado, pero como está ocioso se sigue pasando por allí. No hay paisanos que la atiendan y, además, la Xunta rompió relaciones, por lo que ya no existe económicamente. Aquello quedó a la deriva tras el fraguismo.
Cuando visité el Centro Gallego de Buenos Aires, que había sido muy pujante, me sorprendió la habitación donde murió Castelao. Conservan la cama y las sábanas roídas, en las que está bordado el Himno do Antiguo Reino de Galiza. Luego bajé a la biblioteca y hablé con su responsable. El bibliotecario, un viejo gallego, ya se había jubilado, pero como está ocioso se sigue pasando por allí. No hay paisanos que la atiendan y, además, la Xunta rompió relaciones, por lo que ya no existe económicamente. Aquello quedó a la deriva tras el fraguismo.
Como soldados japoneses en una isla del Pacífico tras la Segunda Guerra Mundial.
Sí, como un barco fantasma donde permanece la habitación de Castelao y la biblioteca. El librero me señaló una silla gastada donde se sentaba Blanco Amor para escribir A esmorga. Meses después, me llamaron para el casting de la película y terminé interpretando a Cibrán. Durante el rodaje, me venía a la memoria la silla del escritor.
¿Por qué esa atracción de sus protagonistas por el barraquismo vital?
Eso habría que preguntárselo a Blanco
Amor. Yo creo que entró en barrena. Si te ves rodeado por el pánico
vital y fusilan a tus amigos, ¿qué vas a escribir? Creo que tiene que
ver con el desencarne brutal por la vida en aquellos años. ¿Por qué la filosofía de vida de los esmorgantes?
¿Por qué esa perdición sin redención? El único personaje que se podía
salvar, Cibrán, resulta el más flojo de todos. Es una novela por la que
no pasa el tiempo, con una estructura muy moderna para aquella época.
¿Nunca máis?
En teatro, en creación, en cultura, en educación y en lo público, sempre máis. En contaminación, en catetismo, en monocultivos, en explosión de ladrillos y en ignorancia social, nunca máis.
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