En este poemario, Sombra salamandra (poesía supersónica) (Libros del Innombrable), de Raúl Herrero
(Zaragoza, 1973), hay plurales ecos por las esquinas del verso, desde
ecos de religiones y mitos, aventuras y hazañas, hasta de logros y
tragedias, tal como sucede en nuestro acontecer diario: o sea, ni más ni
menos, que desde el mismo Drácula al arcángel Gabriel, pasando por los pitufos, Abraham, Leviatán, el hombre menguante, Dios, los humoristas Tip y Coll, los Frankenstein y su monstruo, Pan, el hombre lobo, don Quijote, el zar, el Misisipi, Júpiter, el Cristo de la Luz, el Verbo, Ariadna, Terpsícore, Chaplin, los hermanos Marx, Luis Aguilé, los Beatles, entre otros muchos, sin señalar las citas de otros tantos poetas: desde Cirlot a Arrabal, pasando por Góngora, Chicharro, De Cuenca o Fernández Molina...
Pero
llama la atención que las evocaciones que pergeña y que le llevan a
construir sus poemas nos dan cuenta de hasta qué punto el poeta se
convierte él mismo y no otro, ese su yo poético, en creador de mitología
humana. Creo que Herrero tiene claro que a la poesía nada de lo humano o lo divino le es ajeno: “el Verbo hecho carne y centeno”.
Raúl Herrero - Fotografía de Vera Benavente
El poeta Raúl Herrero
nos demuestra cómo él percibe su universo y cómo se ve él en ese
universo desde su asombrosa capacidad de reflexión y de recreación
lírica: aderezada toda con grandes dosis de humanidad mostrando una
poesía humanista. Desde las raíces culturales que le son propias hasta
el monólogo dramático tenso, amplio, profundo con la filosofía, con la
historia, con lo material y espiritual, la ascética y la mística; con la
realidad externa a él mismo. Y logra lanzar el verso más allá de sus
propios límites infinitos. Relee y reinterpreta nuestros propios
fundamentos: nuestro origen, nuestro lugar en el mundo; también lo que
nos une a los que celebramos y festejamos la belleza de la vida y del
mundo desde hace algunos años y “Como el navío golpea el casco del
iceberg”.
El poeta invoca a la
sabiduría y a la poesía en cada uno de los textos y es en ellos donde se
aprecian las invocaciones, que a su vez, originan la respuesta a través
de la misma palabra poética: el poema 11 de La sombra de la salamandra,
es el mejor ejemplo. Predomina en cada uno de los poemas ese aura de
espiritualidad franciscana, que le tiene amarrado y que respira y
trasmite en lo que hace. Es no cabe duda un paisaje al que el poeta sabe
que pertenece en este su camino. Y es y será su paisaje de salvación
lírica y vital.
Último libro hasta la
fecha que es más un trayecto que un destino y en el que cuenta el
devenir telúrico más que el llegar al destino: “(Los goznes del féretro
apenas callan/ y la sangre sedienta sigue en los labios). Versos de su
poema Drácula vuelve de la (su) tumba con los que el poeta abre su Sombra salamandra,
plagada de mitos y seres. Este poema inicial plantea el contenido de su
quehacer literario y también, repasa y da cuenta de la poesía y de los
poetas, con fina burla: “He alimentado palabras prudentes/ y necedades
selectas./ Mis laceradas manos/ han enguantado miles de páginas;/ he
perpetrado poemas carentes/ y horrendos. (Bardos abismales/ se proclaman
señores de la planicie)./ Me he sosegado en sillones,/ banquetas,
reclinatorios y taburetes,/ también en el asfalto del aparcamiento.”
Tras
los primeros poemas llegan los fragmentos líricos con detalle de
sentencia breve al terminar cada uno de los 19 textos: desde “Algunas
ausencias sanan siglos.” Hasta “… Mel-qui-se-dec la nada espumea y
esplende”, pasando por “Ni siquiera en las letrinas se enfanga la luz.” O
“Lo que nace en la unidad perece en la unidad.” Y, también “La belleza
es artificio de la divinidad.”
El
viaje vital del poeta continúa con el poema El Arcángel renacido y el
genial poema La poesía prendida de mi chaqueta como una tortilla babosa.
Después viene la parte central ya citada, La sombra de la salamandra, con 11 poemas numerados y siete poemas sueltos, uno de estos se lo dedica a su hijo, de corta edad, e ilustrador del poemario Hermes Antonio
y es, no cabe ninguna duda, un alarde de poema ante la generosidad de
las ilustraciones, que acaba así: “Lo que tú eres yo lo fui,/ pero hoy
tú ya eres lo que yo me veré.” Que recuerda a ese verso de Quevedo en el soneto ¡Ah de la vida!: “soy un fue, y un será, y un es cansado.”
Y el siguiente poema dedicado a Esther Martín,
que termina con el mejor deseo: “Ojalá el martirio/ te devuelva la
vida.” ¡Cuánta belleza, cuánto amor y cuánta generosidad, también,
encierra este poema!
Raúl Herrero, fotografía actual
Es pues este poemario, que merece un lugar entre los clásicos, quien revive en la poesía de Herrero
como punto de partida y lugar de regreso de un nuevo ciclo vital
profundamente lírico con vocación de alma familiar. No creo equivocarme
al decir que este libro es un punto de anclaje vital de Raúl
donde la poesía, su poesía, invoca la profundidad humana de su mirada
interior volcada al exterior: todo espacio y tiempo o la gabrielización
de la poesía, que dice el poeta en sus poemas finales, con sorpresa
incluida: es que las trompetas y el jazz tienen estas cosas.
Creo que la escritura de Raúl Herrero
es un bien necesario para que evolucione el resto. Pienso que sus
técnicas llegarán a la poesía más básica. Y afirmo que sin poesía no hay
futuro y el poeta lo sabe y por eso ha escrito Sombra salamandra (poesía supersónica), que supera sin esfuerzo la velocidad del sonido.
FUENTE: librujula.com
Enrique Villagrasa
13/12/2016
Quiero hacer una pequeña puntualización sobre la palabra salamandra: El autor la utiliza aquí refiriéndose a los espíritus elementales del fuego.
Según explica Paracelso*, lo invisible, contraparte espiritual de lo visible, está habitado por
multitud de seres peculiares, que antaño recibían el nombre de elementales, y que, posteriormente, pasaron a designarse espíritus de la naturaleza. Él divide a estos elementales en: gnomos, ondinas, sílfides y salamandras. Y nos enseña que estas entidades habitan en sus propios mundos, desconocidos para los humanos, ya que, nuestros sentidos, bastante limitados aún en su desarrollo, nos impiden captar esas dimensiones, aun cuando a través del sueño, de experiencias místicas o consumo de determinadas drogas, tengamos algún atisbo de las mismas.
Paracelso afirmaba que,
mientras el ser humano está compuesto de varias naturalezas (espítitu,
alma, mente y cuerpo) combinados en una sola unidad, el elemental tiene
sólo una naturaleza, el éter del que se compone y en el que vive, y especifica que:
"Cada especie se mueve sólo en el elemento al que pertenece, y
ninguno de ellos puede ir fuera de su elemento apropiado, que es para
ellos como el aire es para nosotros, o el agua para los peces, y ninguno
de ellos puede vivir en el elemento que pertenece a otra clase. El
elemento en el cual vive el ser elemental es transparente, invisible y
respirable, al igual que la atmósfera para nosotros mismos" (Philosophia Oculta , traducido por Franz Hartmann)
Al hombre le es imposible comunicarse con las salamandras, pues al ser éstas seres elementales del fuego, ante cualquier intento de contacto con ellas, todo se convierte en cenizas.
La salamandra alquímica
Para darles una imagen comprensibel en el mundo físico, los alquimistas medievales las asociaban con un lagarto de aproximadamente 30 cm. de longitud que podía moverse tranquilamente entre las llamas.
(*) Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, tambien conocido como Paracelso, fue un alquimista, médico y astrólogo suizo que vivió entre los años 1493 y 1541.
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