Soy de los que opinan que la sociedad humana ha de cimentarse sobre dos pilares esenciales: cultura y educación. Si estos pilares fallan, la sociedad termina desmoronándose, pero hoy ha ocurrido algo que me ha hecho darle una vuelta de tuerca a estos conceptos.
Nos hallábamos, mi mujer y yo, en un restaurante lagunero de nueva generación: casa antigua retaurada, cocina italiana de "qualitá" y un personal amabílisimo, cuando, de pronto, llegó una familia (siete u ocho personas) y tomaron asiento en la mesa de al lado. Ni la parejas de mediana edad, ni las chicas jóvenes que las acompañaban, ni siquiera la abuela, fueron capaces de abrir la boca, como mandan las más elementales normas de cortesía, para saludar o dar las buenas horas, máxime cuando solo estábamos nosotros en el pequeño comedor. Así que, ambos, nos limitamos a mirarnos, encogiéndonos de hombros al unísono.
Comenzaron a hablar entre ellos, y enseguida capté que poseían un cierto nivel cultural, pero... desgraciadamente, cultura y educación no siempre van de la mano. Entonces caí en la cuenta de que no es lo mismo tener educación aunque se carezca de cultura, que tener cultura y carecer de educación.
Entre estos dos axiomas, el primero tiene el peso específico de la propia familia, que es quien educa (luego vendrán parvulario, colegio, instituto, universidad) aunque después no se tenga la suerte o los medios necesarios para alcanzar un nivel cultural adecuado. Lo segundo es mucho más grave, ya que, se poseen los medios pero la educación brilla por su ausencia. Está claro como el agua, que ese principio... ¡hay que mamarlo!
En esas elucubraciones andaba yo cuando la camarera nos trajo la cuenta. Entonces le hice una seña a mi mujer; nos levantamos sin decir ni Pamplona y fuimos a pagar a la barra.
La empleada, que nos había atendido con exquisita corrección, tras cobrar y darnos las gracias, se me quedó mirando expectante al entender que algo no rulaba.
- No puedo despedirme de los que no han llegado. Dije, señalando con la cabeza a la familia en cuestión.
No hizo falta más, su media sonrisa me indicó que lo había entendido perfectamente.
Miguel Ángel G. Yanes
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