5/8/11

LA CASA DE CELIA

Todo lo que me voy a atrever a contar flota entre las nieblas de mi lejana infancia, así que habrá cosas, datos, personajes, que tal vez confunda, pero con estos retales de la memoria intentaré bosquejarlo lo mejor posible.



Melania, mi abuela paterna, tenía familia en la villa mariana de Candelaria, y todos los años, en cumplimiento de una promesa que nunca conocí, acudíamos por las fiestas de agosto, a bordo de una renqueante guagua, por la peligrosa y vieja carretera del sur, a rendir pleitesía a la Virgen de Candelaria y a visitar, de paso, a los familiares.




Repito que todo resulta bastante borroso para mí, son recuerdos de cuando contaba apenas tres o cuatro años de edad, pero lo que sí aparece en ellos con nitidez es la casa de Celia, a la sazón fonda y vivienda familiar, situada en primera línea sobre el risco de Santa Ana, con su enorme balcón de madera colgando casi sobre la plaza de la basílica, atestada en esas fechas de romeros y de ventorrillos. No recuerdo a Celia que (no lo he dicho) era tía de Melania, ni a ninguna otra persona de la familia, salvo cuando todos se arremolinaban en la entrada para saludar la llegada de Agustín. Aquí voy a hacer un inciso para dejar caer una frase de su sobrina Fini Torres que lo retrata a la perfección, y que, con una diferencia de casi 30 años, parece calcada de la imagen que mi memoria guarda de él:



"Agustín era todo un personaje: elegante, vestido de blanco, pulcro, con esa pícara sonrisa en la boca."... y ese fino bigote siempre cuidado y perfilado, añadiría yo.

Melania y Agustín tenían otro hermano, Eusebio, al que no consigo recordar, salvo de alguna foto. Tampoco tengo claro si por aquella época, finales de los años 50, vivía aún o no. Pues bien, Eusebio viene a ser el abuelo materno de Fini.

Mi vida está ligada indefectiblemente a la casa de Celia. Explicaré por qué:

Esta parte de la historia me fue relatada por mis abuelos, por lo que resulta fidedigna al cien por cien. De hecho no podría recordar ningún detalle aunque quisiera porque, apenas contaba un año de edad. Era noche cerrada y la fonda se hallaba atestada de foráneos, familiares y amigos que, al empezar la exhibición pirotécnica en honor de la virgen, acudieron en tropel al balcón, donde mi abuelo Juan, conmigo en brazos, ya ocupaba la primera fila. Pero... ante el ruido atronador de los voladores, presa del pánico, rompí a llorar desgarradamente, por lo que optó por llevarme a la habitación, donde Melania se encargó de mí. Él regresó al balcón para seguir disfrutando del espectáculo, pero según se apoyó de nuevo en la barandilla, un volador le estalló en el pecho, provocándole severas quemaduras.




El llanto me salvó la vida, pero quedó una pregunta en el aire: ¿Fue casualidad?

Miguel Ángel G. Yanes

No hay comentarios:

Publicar un comentario