9/8/11

EL LAGO DE BAÑOLAS


La primera vez que visitamos el lago de Bañolas (en catalán, L'Estany de Banyoles) ubicado en la provincia de Girona, fue en el verano de 1993. El impacto que me produjo su repentina visión, tal vez por lo inesperado, quedó para siempre grabado en mi retina. Me resultó un lugar extrañamente mágico y cautivador; un cierto halo de misterio flotaba sobres sus aguas, entreverando a su vez la frondosa arboleda circundante y las curiosas casas levantadas en su orilla. Por aquel entonces yo desconocía por completo la historia de este lago.


Situado en el término municipal de Banyoles, es un lago de tipo tectónico, es decir, producido por una falla o hundimiento del terreno, que tras la formación de la cadena montañosa de Los Pirineos hace unos 250.000 años, creó la zona lacustre. Con una longitud de 2.208 metros y una anchura máxima de 774, es el mayor lago natural de Catalunya y se nutre principalmente de fuentes subterráneas. Aunque la profundidad media se estima en unos 63 metros, se desconoce la misma en determinados puntos, lo que ha dado pie a innumerables leyendas, como la de un supuesto monstruo equiparable al del lago Ness; si bien es cierto que también se han producido desapariciones inexplicables, de personas, de embarcaciones e incluso de un avión militar ruso en plena guerra civil española. Otros hablan de extrañas luces y de sonidos provenientes de las profundidades, e incluso de avistamientos ovni; no obstante, entre una multitud de teorías, tesis, suposiciones... es destacable la de un buzo espeleólogo, desaparecido en el sur de Francia y cuyos restos fueron hallados en Bañolas. Curiosamente, el submarinismo está prohibido en sus aguas.

No cabe duda de que es un lago extraño, que avisa incluso de la proximidad de un terremoto con una brusca bajada de sus aguas, lo que lleva a preguntarse sobre la existencia de profundas cavidades bajo su lecho, e incluso si no será el cráter de un antiguo volcán.


Regresamos al lago en 1999, un año después del desgraciado accidente que costó la vida a 21 ciudadanos franceses, que perecieron ahogados en sus aguas al hundirse, al parecer por exceso de ocupantes, el moderno barco que vino a sustituir a "La Oca", el antiguo de toda la vida. Por lo que, cerrado el negocio de transporte, y por ende, la casita donde se vendían toda suerte de recuerdos, tampoco pudimos contemplar a "La Ramona - Bis", una carpa enorme que mantenían en una jaula sumergida en las propias aguas del lago.


No obstante, al acercarnos a la orilla, y aunque una valla impedía el acceso a la vivienda, pudimos observar que aún existía la jaula adosada a la misma, y que había peces en su interior. Pero... "¿Y quién los alimentará?", pensé. Mi pregunta se respondió sola cuando un anciano se detuvo a nuestro lado con dos bolsas de pan. Se presentó educadamente: "mi nombre es Lero", dijo, "tengo 93 años y soy el patriarca de la familia que regentaba este negocio". Y dirigiéndose a Laura le preguntó si quería ayudarlo a echarle de comer a los peces, lo que a ella, como es lógico, le encantó. Lero abrió la cancela, y allá que fueron.

Charlamos un buen rato con él; nos contó sobre el infortunado accidente del barco, de cómo le habían clausurado el negocio y de los tiempos duros que vinieron. No obstante, gracias a que todos los miembros de la familia permanecieron unidos, lograron salir adelante explotando el restaurante que habían montado en el paseo. También nos contó que su vida se circunscribió siempre al lago, desde su época de pescador hasta la actualidad y que había sido él quien pescó la primera Ramona. Nos despedimos y continuamos nuestro paseo por la orilla hasta alcanzar la terraza de una cafetería, en una zona acotada para el baño (previo pago, claro está) donde tomar un respiro y un refresco para combatir la canícula.


Laura contaba por aquel entonces 10 años de edad, y ante nuestro asombro de padres, decidió bañarse en aquellas aguas, para nosotros extrañas e inquietantes. He de confesar que yo no las tenía todas conmigo cuando la vi zambullirse alegremente, aunque había otros críos disfrutando del baño junto a ella. Reconozco que, a pesar del excesivo calor, si hubiera tenido un bañador a mano, no me habría atrevido a sumergirme.


Miguel Ángel G. Yanes

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