"Soy
el hombre de azul que estaba al fondo, de pie, apoyado en el rincón
oscuro, a la izquierda... donde suelo estar siempre. Lo digo porque sé a
ciencia cierta, que ambos repararon en mi presencia, pues me encontraba
situado a escasos dos metros de ustedes".
Hoy venía al Museo de la Ciencia y el Cosmos, Ernesto Cardenal de la mano de Caco Senante, acompañados ambos por Rubén Díaz, Leiko Krahe y Claudio Briones. Espectáculo que no me podía perder.
Se
me complicó la tarde más de la cuenta y tuve que apurarme para coger el
tranvía que me dejará a tiempo a las puertas del museo. Al acceder a la
sala de actos, abarrotada ya, aun cuando el evento no había comenzado,
me encaminé, como suelo hacer, al amparo de esa esquina invertida que
para mí es el ángulo, donde apoyé las manos y la espalda. Desde esa
atalaya que me permitía ver no sólo el espectáculo, sino también el
patio de butacas, contemplé con lujo de detalles la insólita manera de
actuar de una pareja que se hallaba sentada en la última fila; como
digo, a dos metros escasos de mis propias narices.
Al
haberse completado el aforo, el museo facilitó una serie de sillas
plegables a los más rezagados pero, a los pocos minutos se habían
agotado y el público continuaba accediendo al recinto. Entonces fue
cuando me fijé en ellos. Tenían ocupadas las butacas de ambos lados; una
con un bolso y la otra con una mariconera.
Lógicamente,
las personas que llegaban, ya a oscuras, comenzado el acto, se
acercaban a preguntar sobre aquellas butacas. A fe que, al hablar en voz
baja, no pude saber lo que la pareja argüía al respecto... si esperaban
a alguien, si se hallaban en el baño o cualquier otra excusa. La
cuestión es que no cedieron los asientos a nadie.
Mi asombro iba "in crescendo" a medida que el acto avanzaba y nadie acudía a ocuparlos. Una señora que se apoyó en la pared, justo a mi lado, echaba chispas por tener que estar a pie firme mientras las dichosas butacas continuaban vacías. Afortunadamente para ella, alguien se marchó antes de tiempo y consiguió sentarse.
Pues bien, finalizó el acto, que duró unas dos horas, y acabaron desiertas. Por eso repito: "Soy el hombre de azul que estaba al fondo, de pie, apoyado en el rincón oscuro, a la izquierda... donde suelo estar siempre... ¡Y los tengo calados!".
Miguel Ángel G. Yanes
10/11/09
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