Cuando
uno regresa de algún viaje más allá de las lindes de este piélago que
rodea las islas, para bien o para mal, siempre encuentra algún cambio.
En este verano del 2009 ha sido para mal, al menos para mi espíritu y
para las costas, cada día más frágiles de mi memoria. Advierto con
desazón, al paso por la calle de Los Bolos, que ha muerto “La Oficina”.
Ante mis atónitos ojos, las palas mecánicas, aún ávidas, devoran los
restos de lo que otrora fuera un santuario del vino y de la poesía, un
referente incuestionable de las noches laguneras. Pero… ¿quién ha
permitido tamaño desatino?
La primera vez que me adentré en aquel templo mágico, contaba apenas 13 ó 14 años (hablo de finales de los 60); fue ya de recalada, con la noche a la espalda y después una intensa jornada en San Diego del Monte celebrando, como era de rigor, la fuga estudiantil de aquel curso incipiente. Tanto me impactó su ambiente, su aroma, su estampa de otra época, que al llegar a casa se lo comenté a mi abuelo. !Qué sitio! le dije ¡una bodega increíble! sin caer en la cuenta de que él era un lagunero de pro, quiero decir honrado y honesto como corresponde a los pobres, no porque fuera una persona importante o de prestigio, y que conocía “La Oficina” desde sus albores, allá por la década de los 40.
Años más tarde, acudí alguna que otra vez acompañando a mi amigo el afamado folclorista y etnólogo Juan López Izquierdo, quien, según creo recordar, había hecho la mili en los pagos laguneros con Ramón Mario Herrera Correa, actual propietario de ”La Oficina” que la heredó de su padre Don Ramón Herrera Amaya (q.e.p.d.). Y en alguna ocasión el propio Juan llegó a contarme que Ramón mantenía abierto el negocio, si es que podía calificársele así, más por tradición o por pasar el rato con sus parroquianos, que por otra cosa, porque en realidad no lo necesitaba para vivir.
Llega un momento en que la vida se complica con su montón de sendas y hay algunas que dejas de transitar, y claro, el polvo del tiempo oculta nuestras huellas, pero con todo, los amigos distantes y los antiguos lugares de encuentro como “La Oficina”, pervivirán por siempre en nuestro corazón, aunque su demolición haya supuesto un durísimo golpe para el ocio y para la cultura.
He buscado opiniones al respecto en la prensa, y veo que si hay alguien que se manifiesta realmente enfadado con este flagrante atentado cultural, ha sido D. Antonio Cubillo Ferreira, que, como suele ser habitual en él, define con gran lujo de datos y detalles, los avatares de su historia y a los personajes que la frecuentaron. Lo dicho; como siempre, explica y culturiza.
Hoy siento el desconsuelo y la pena de no poder mostrarle a mi hija, que ya comienza a frecuentar la ciudad universitaria, ese trozo de historia que flotaba, nostálgico, entre el vapor y el humo del vino y del tabaco, en el aroma a maderas antiguas, a quesos, a embutidos. Y aunque ya hayan pensado, como parece, en contratar a algún resucitador al uso, por mucho empeño que le pongan, aunque rescriban los poemas en las nuevas paredes, coloquen las mismas barricas, la antigua barra y las vetustas alacenas, ya nunca volverá a ser lo mismo, porque los espíritus que habitaban sus muros han tenido que huir apresuradamente… y nadie sabe a donde.
"Requiescat In Pace"
Miguel Ángel G. Yanes
Excelente articulo, aunque ya lo había leido
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