Uno de ellos situado a la salida del edificio de Traumatología del Hospital de la Candelaria, donde los peatones, muchos de ellos personas mayores o con problemas físicos, provenientes o en dirección a dicho Centro, han de atravesar cuatro carriles dependiendo solamente de la benevolencia de los conductores, y así y todo, arriesgándose a ser atropellados; como le ha ocurrido a mi suegra días atrás cuando, a pesar de que los vehículos que circulaban por los carriles de subida se detuvieron para cederle el paso, otro, que venía en sentido contrario, terminó atropellándola.
A raíz del atestado correspondiente, me entero de que esta circunstancia es bastante frecuente. De hecho se han producido dos atropellos en la misma semana.
El segundo de los pasos de peatones a los que me refiero, se encuentra ubicado a la salida del profundo badén que cruza bajo la Autopista del Norte, una vez pasado el Hospital Universitario, en la carretera Cuesta-Taco y que, a esa altura, presenta también cuatro carriles de circulación. Aquí he tenido la desagradable oportunidad de contemplar cómo otra señora mayor ha escapado de chiripa de ser atropellada, merced a los reflejos del conductor y a un frenazo de esos que sobrecogen el ánimo. De tal manera que hubo que atender a la pobre señora, víctima de un ataque de nervios. Y es que el paso de peatones, a pesar de la conveniente señalización, queda muy cercano al cambio de rasante, por lo que el tiempo de reacción de los conductores que circulan en sentido Taco es sensiblemente menor al de los que lo hacen en sentido contrario que lo tienen a la vista desde bastante lejos.
Entiendo
que la instalación de semáforos con pulsador ralentizaría el tráfico,
ya de por sí bastante lento, sobre todo en las horas punta, pero la
reflexión es simple:
¿Más víctimas o mayor lentitud?
Elijan.
Miguel Ángel G. Yanes
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