Un cielo y
un infierno
Donde la
eterna lucha
Se diluye,
y se siente,
Como en
ningún lugar,
El tacto,
la energía
Vital de
los espíritus
Cuando al
pulsar las hebras
De la vida
nos dan
Un empujón,
un soplo
Reparador
que hinche
Las inmóviles velas
De ese
barco perdido
Que varó en
nuestro pecho.
Así el desierto vibra
Y nos afina
el alma
De
diferentes formas:
Al ser
tañido al alba,
Al peso
turbador
Del
mediodía, al fresco
Devenir de
la tarde,
Al frío
anochecer,
Con los
variados ritmos
Que le
imponen los dedos
mágicos de
la luz.
Miguel Ángel G. Yanes
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