La estructura del puente no había sufrido ningún tipo de variación a lo largo de los años. Su único ojo seguía vigilante, sin perder detalle de lo que acontecía ante si, y sólo con la instalación de la parada del tranvía sobre él, se procedió a colocar unos mínimos refuerzos en su arco. Pero a raíz de la obra del susodicho invento, se modificaron también sus barandillas.
Desaparecieron los tubos de toda la vida, siendo sustituídos por unas estructuras metálicas rectangulares, decoradas con paneles plásticos amarillos y naranjas, que (dicho sea de paso) pegan como un tiro. Y fue entonces cuando se metió la pata hasta el corvejón: ¡no dejando acceso para el agua bajo ellas! por lo que, como observarán en el vídeo adjunto, el líquido elemento busca salida por unos huecos laterales que no dan avío a desaguar el puente (y eso que hay un tramo de muro sin terminar) cuando, con las antiguas barandillas de tubos, el agua, sin ningún tipo de impedimento, caía libremente al barranco.
Pero no acaba aquí el desaguisado. Hace unos días, transitando el mencionado puente, descubrí un basurero "ad hoc" bajo las famosas estructuras de colorines. Resulta que no sólo impiden el paso del agua, sino que, sus bases son una especie de estrechos y alargados sarcófagos metálicos sin utilidad alguna, donde se ha ido acumulando todo tipo de basuras y que, para más inri, parece que no se limpian nunca. ¡Un asco!
Miguel Ángel G. Yanes
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