12/10/10

EL REMOLINO

Nunca estuve afiliado a ningún partido político, ni, con la edad que tengo, creo que llegue a estarlo jamás. Ya me siento bastante manipulado por el Sistema y me debo a demasiadas disciplinas, para encima tener que aguantar una de partido. También es verdad que nunca aspiré a medrar en esas lides.


En los primeros tiempos de la actual “democracia”, amigos y compañeros de trabajo intentaron convencerme de afiliarme a un bando u otro, pero mi filosofía de la vida, me empujaba a ser lo más independiente posible, y a votar a quienes merecieran mi confianza (personas, no partidos) siempre que apoyaran a los más desfavorecidos y estuvieran en la ribera que yo consideraba la más justa del río.

Eso no quita para que tenga una tendencia política, unas ideas y unos ideales.

Me crié al amparo de un abuelo republicano que había pertenecido a la FAI (Federación Anarquista Ibérica) y que por ello estuvo preso en Fyffes, y a punto de que le dieran “pasaporte”, pero tuvo la fortuna de que un amigo, coronel del ejército nacional, con el que durante años formó pareja para jugar al dominó, le echó un capote en el momento justo. No supe nunca cómo, pero logró sacarlo de la funesta cárcel.


Aunque mi padre, que era su único hijo; no sé si por las circunstancias sociales y políticas de la época, o por razón de alguna extraña ley de compensación, el caso es que asumió desde joven lo de ser de derechas, y a fe que lo era, aunque nunca entendí el porqué.

Hoy nos quieren convencer, con discursos más o menos manidos, de que esos conceptos de izquierdas y derechas ya se han diluido, que son cosa del pasado, y que ahora, lo único que prima, son los dogmas del capitalismo neoliberal (globalizado y salvaje, añadiría yo) por encima de cualquier otra cuestión. Sin embargo, habría que puntualizarlo muy bien, porque esto es sólo un mecanismo de los neoliberales: presentar al oprimido/a bajo la forma del opresor. En realidad, con la búsqueda de su panacea, que no es otra cosa que el mercado libre total, lo que persiguen es anular las conquistas sociales que tanto han costado a los trabajadores.

Cuando Tierno Galván se decidió a volcar el PSP en las filas del PSOE, como única solución para fortalecer a la Izquierda, se produjo una profunda escisión entre sus miembros. Unos aceptaron el trasvase, otros se afiliaron al Partido Comunista que, más tarde, se iría disolviendo poco a poco, y el resto, juntos con una cohorte de simpatizantes, entre los que me hallaba, quedamos en medio de un remolino que todavía gira sin cesar.

Miguel Ángel G. Yanes

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